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Se presentó el “nieto 130”

“El derecho a la identidad no se negocia, no se abandona y no se olvida”

Se llama Javier Matías Darroux Mijalchuk, tiene 42 años. Sus dos padres fueron secuestrados por la dictadura militar argentina cuando él tenía apenas cuatro meses y hasta hoy siguen desaparecidos. Javier es “el nieto 130” recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo.

Ayer jueves 13 Javier se presentó en una conferencia de prensa que compartió con Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, familiares, abogados, otros “nietos” recuperados, militantes de derechos humanos y todos aquellos que se acercaron a saludar el reencuentro.

Fue en octubre de 2016 que Javier supo a ciencia cierta que era hijo de desaparecidos, pero recién ahora decidió hacerlo público.

Una década antes, con 30 años, se había presentado ante la delegación de las Abuelas en la provincia de Córdoba, donde vivía, afirmando que era adoptado y que quería conocer su origen.

Sospechaba que pudiera encontrarse entre los 500 hijos de desaparecidos perdidos en las sombras.

Dejó muestras de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos, y al poco tiempo, tras cruzar datos, le comunicaron que su perfil coincidía con los de Elena Mijalchuk y Juan Manuel Darroux, secuestrados en 1977.

La desaparición de Elena y Juan Manuel, y también la de Javier, había sido denunciada por sus familiares en mayo de 1999, fecha en la que la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad abrió un legajo y comenzó a investigar.

Apenas conoció su identidad, Javier entró en contacto con sus familiares biológicos y se puso a buscar datos sobre el secuestro de sus padres, el destino que pudieron haber tenido.

Lo ayudaron a rastrear testimonios para saber si alguien los había visto en cautiverio. Pero los datos no aparecieron. Tampoco se ha conocido hasta ahora si militaban en algún grupo político.

No es raro. Los casos de gente “común” -sin pertenencia a grupos de izquierda, gremios obreros o estudiantiles, organizaciones sociales- secuestrada, torturada y asesinada en aquellos años son muy numerosos.

En la conferencia de prensa Javier mostró fotos de sus padres. Pidió que si algún sobreviviente de los campos de concentración o algún eventual compañero de militancia los reconoce que por favor se comuniquen con él.

Secuestros y abandono

A Elena Mijalchuk la “levantaron” el 26 de diciembre de 1977 un grupo de civiles que la introdujeron a un auto y se la llevaron.

Semanas antes ella había perdido el rastro de su marido. Un día recibió una llamada telefónica. Luego una carta. Ambas eran de Juan Manuel. En la carta le decía que fuera a cierta esquina, que allí se encontrarían.

Años después se supo que esa práctica de los secuestradores, la de poner en contacto a desaparecidos con sus familiares como parte de una negociación o simplemente por perversión, fue relativamente común.

Elena lo ignoraba.

El 26 de diciembre de 1977 fue al sitio que su pareja le había indicado, a la hora convenida. Se trasladó con su hijo Javier, de apenas cuatro meses. Suponía que los tres se reencontrarían. Pidió a su hermano que la llevara. Ricardo la vio subir a un automóvil. Nunca más se supo nada de ella.

El chico fue abandonado en la madrugada del 27 de diciembre a tres cuadras de la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los principales centros de exterminio de la dictadura argentina. Una mujer lo recogió y el niño acabó siendo adoptado.

Supo igualmente Javier que a su padre lo secuestraron también en plena calle.

Uno de sus primos lo había acompañado a una cita, pero al notar que Juan Manuel estaba muy nervioso, volvió a pasar minutos después por el lugar y vio cómo un grupo de civiles lo obligaban a subir a una camioneta Chevy, discutían fuertemente con él y se lo llevaban.

Sus familiares biológicos le contaron a Javier que Juan Manuel y Elena se conocieron en la Universidad de Morón, donde él trabajaba como administrativo y ella estudiaba para contadora. Y que ambos eran jóvenes “bien de su época”, como tantos otros.

“No podía ser tan egoísta”

Casi treinta 30 años más tarde de la desaparición de sus padres Javier se dejó convencer por su pareja y por amigos para que se presentara ante las Abuelas de Plaza de Mayo.

«Me resistía a acercarme a Abuelas porque estaba bien con quién era, o eso creía, pero a fines de 2006 entendí que si buscar mi identidad no era tan importante para mí no podía ser tan egoísta porque del otro lado podía haber personas buscándome», dijo.

Y así era. Su tío lo buscaba desde hacía cuatro décadas. Ricardo estaba presente este jueves en el local porteño de las Abuelas.

“A los que están en una situación similar, los invito a juntar coraje y acercarse», dijo Javier.

Todavía quedan por encontrar más de 300 “nietos”.