La semana pasada el grupo dirigido por Fernando Galletti de Queiroz, que ya posee otra planta en Uruguay, el frigorífico Pul, confirmó que había concretado la adquisición del 100 por ciento del capital del Carrasco, un frigorífico cercano a Montevideo, en 37 millones de dólares.

Con esta operación, Minerva elevará su capacidad de producción en Uruguay de 900 a 2.400 cabezas al día y tendrá una participación en el sector externo nacional del 18 por ciento, dijo la compañía en un comunicado.

Minerva controlará a su vez el 12,3 por ciento de la faena de bovinos en un país que los produce en grandes cantidades y altas calidades. Si se le suman Marfrig y JBS, las transnacionales brasileñas tendrán bajo su égida el faenado del 41,3 por ciento de las reses uruguayas.

“No me gusta nada. Es una concentración peligrosa”, comentó el presidente José Mujica cuando un reportero le preguntó qué pensaba del hecho que tan fuerte porcentaje de la principal industria del país esté bajo control extranjero.

Pero cuando se lo interrogó acerca de qué puede hacer su gobierno para modificar este estado de cosas su respuesta fue lacónica y poco alentadora para productores, trabajadores del sector y consumidores: “no sé”.

Por otro lado, mientras en Uruguay invierten y se expande, los frigoríficos brasileños tienen una actitud diametralmente opuesta del otro lado del Río de la Plata, en Argentina.

Un ejemplo es Marfrig. El gigante brasileño poseía hasta ahora en su gran vecino cinco plantas, pero ya cerró dos (en Vivoratá, provincia de Buenos Aires, y en Hughes, Santa Fe) y se apresta a hacer lo mismo con las de Mirab y Estancias del Sur.