Panamá | MEMORIA | IMPERIALISMO

Panamá. Desactivar la muerte

Dos poblados lejanos en el tiempo y en la geografía se unen en la tragedia, Guernica en España y el Chorrillo en Panamá. Ambos hablan de invasión, muerte de inocentes y de relaciones internacionales donde privan la arbitrariedad y la violencia. ¿Cómo desactivar la muerte? Es el desafío triple de Panamá: asumir su principal recurso, el canal. Desmantelar la presencia militar extranjera y convertirla en bienes de prosperidad. Asumir su propio protagonismo en un país necesitado de soberanía popular y de soberanía nacional. Los desafíos no son pocos ni fáciles, pero de las entrañas de un país desgarrado muchos panameños toman aliento y deciden apostar por su futuro, en ellos no está sólo en juego su futuro sino también parte del de todos.

Raúl Leis

22 | 12 | 2023


Cuartel (1989) | Foto: Isabel De Obaldía | Revista Concolon

Una helada tarde en Madrid me di de bruces con el cuadro que Picasso magistralmente plasmó alucinado por una tragedia. Ya frente a él, al fin comprendí que esta pintura era una forma fundamental para entender la paz y la guerra, el horror presente en el genocidio y la necesidad de construir de forma diferente el futuro de la humanidad. Un amigo generosamente me obsequió una pequeña reproducción de «Guernica». Al llegar a Panamá coloqué el cuadro en mi casa, frente al librero. En la madrugada del 20 de diciembre de 1989 cuando el tronar de las bombas me arrancó del sueño, caí en cuenta rudamente de que el destino nos alcanzaba y que el horror estallaba en mi propio país. Pude entonces leer más fácilmente en el cuadro el significado de ese caballo atravesado por una lanza, de esa mujer cayendo desde una casa en llamas, de la otra mujer con el niño muerto en el regazo, del toro y el portaespada desmembrado, la lámpara y la bombilla dentro del sol y del ojo. Más tarde también comprendí que no sabía casi nada de lo que sucedió en la ciudad que inspiró la pintura de Picasso, y que averiguarlo significaba también auscultar el drama de nuestra Guernica, hija de la invasión: el Chorrillo.

Chorros de fuego

La villa, que los vascos llaman Gernika y los castellanos Guernica, era un apacible poblado de 6 mil almas que el día de mercado recibía la visita de varios miles más: los labriegos de los alrededores que comerciaban con queso y cabras. El 26 de abril de 1937 era precisamente uno de esos días de mercado y en las primeras horas de la tarde, 20 aviones descargaron 30 toneladas de bombas de 250 kilos y artefactos incendiarios, además de ametrallamientos a la población civil, que destruyeron el 25% de la villa. El fuego no tardó en arrasar el 75% restante de esa pequeña ciudad de casas de techos de tejas, pero de entramados de madera que bordeaban estrechas callejuelas, 271 casas quedaron destruidas. Las tuberías de agua fueron afecta- das y los bomberos insuficientes para contener los siniestros.

El barrio que los panameños llamamos Chorrillo, era una comunidad de 15 mil personas, dentro del corregimiento del mismo nombre. En la medianoche del 20 de diciembre de 1989, un número aún no determinado de helicópteros Cobras y Apaches, aviones, buques de guerra, cañones en tierra, bombardearon y ametrallaron el barrio mientras que sus moradores dormían, 40% de sus habitantes eran menores de edad. El sismógrafo de la Universidad de Panamá registró 442 explosiones significativas en las primeras 12 horas de la invasión, es decir, una explosión cada 2 minutos. Esa noche la mayoría de las explosiones provinieron del Chorrillo. Casi todas las casas eran de zinc y de maderas viejas bordeando calles estrechas. Se calcula en 4 mil el número de unidades de viviendas que fueron destruidas o afectadas. El área directamente bombardeada fue el Cuartel Central y sus aledaños, el fuego consumió el resto del barrio. Las tuberías de agua fueron inutilizadas y los atacantes no permitieron entrar a los bomberos a cumplir con su labor.


Foto: Raphael Salazar (2018) | Revista Concolon
 
¿Cuántos son? ¿Dónde están?

En Guernica era de día y existían siete refugios para la población civil. En el Chorrillo era de noche y no existía un solo refugio. En Guernica se calcula la población de ese día (con los visitantes) en 10 mil, en el Chorrillo en cerca de 15 mil personas. Guernica fue tomada por las tropas franquistas 3 días después, y la historia oficial afirma que los muertos fueron 100 personas. Datos de las autoridades municipales de la ciudad estiman en 1.645 los muertos y en 889 los heridos, pero lo cierto es que el gobierno de Franco nunca se esforzó por aclarar el asunto para quitarle peso a lo sucedido. En Panamá, se ha hablado oficialmente de 100, 200 y hasta 600 muertos, pero hay organizaciones de derechos humanos que calculan la cifra total de bajas entre 4 y 5 mil muertos y miles de heridos. Las autoridades panameñas y norteamericanas no han permitido la realización de una investigación veraz e independiente de las bajas panameñas durante la invasión.

La espada flamígera

España se estremecía con el fragor de la guerra civil. Las tropas franquistas (con apoyo del eje nazi-fascista) no habían podido tomar Madrid. En 1937 se vuelcan hacia el frente norte que incluía el País Vasco. El franquista general Emilio Mola Vidal quiere tomarse a la ciudad de Bilbao, y promete arrasar toda Vizcaya. «Tengo los medios para hacerlo», insiste. Guernica o Gernika, era la ciudad sagrada de los vascos. Desde los siglos XIII al XIX los gobernantes españoles juraban la autonomía de los vascos en esa ciudad bajo un centenario roble, que al mismo tiempo era el sitio donde se congregaban las asambleas históricas del pueblo vasco. Guernica no tenía significación militar alguna. Destruirla significaba un escarmiento y un símbolo para la rendición de los vascos y de la república española en general. La fuerza que realizó la acción fueron los aviones ítalo-alemanes de la Legión Cóndor, dotados de gran capacidad destructiva.

Panamá vivía una profunda crisis. El país se polarizaba entre una creciente oposición y un gobierno cada vez más autoritario. Noriega, antiguo aliado de los EE.UU., los enfrentaba aferrándose al poder, y el país sufría un cerco económico que lo había desangrado en más de 2 mil millones de dólares. Estados Unidos aprovechaba esas contradicciones para asegurar sus intereses geopolíticos, económicos y militares en el istmo. La sociedad se polarizaba entre un militarismo con discurso nacionalista que negaba la democracia y una oposición con discurso democrático en la cual una parte negaba el nacionalismo. Chorrillo no era una ciudad sagrada sino un barrio histórico de trabajadores. La localidad surgió de la concentración de la fuerza de trabajo que con sangre, sudor, lágrimas y alegría le abrió brecha a las naves del mundo en la construcción del canal interoceánico finalizado en 1914, y fue construida con madera de pino nicaragüense en una avenida limítrofe con la zona canalera y casi frente a un cerro que sería sede del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos.

En 1671 el chorro de agua que manaba del Cerro Ancón fue un factor importante para escoger el lugar que ocuparía la ciudad de Panamá, destruida por las hordas del pirata Henry Morgan. En este siglo, los chorrilleros aportaron significativamente en gestas históricas como la Huelga Inquilinaria con la cual los trabajadores protestaban contra los altos arrendamientos y que dio lugar a una intervención norteamericana de 1925 o el 9 de enero de 1964, cuando la juventud panameña enfrentó al colonialismo de los «zonians» (norteamericanos residentes en la Zona del Canal). Además el barrio era un símbolo de la cultura popular urbana dibujada en los buses llenos de palabras, símbolos y mil colores, en las comparsas carnavalescas donde se destacaba el frenesí rítmico y salsoso de los campesinos del Chorrillo, y en una manera particular de vivir, actuar, hablar y expresarse caracterizado como «lo chorrillero».


Foto:Servicio Público De U.S. Army | Revista Concolon

 

Al momento de la invasión de 1989, EE.UU. quería aniquilar el símbolo del poder militar panameño, y éste era el Cuartel Central de las FFDD situado en el corazón del Chorrillo. Aunque sabían que Noriega no estaba ahí, los invasores no tomaron como blanco principal para su demostración de fuerza otro cuartel, sino precisa- mente el que más estaba densamente rodeado de población civil. El Comando Sur de EE.UU., fue la fuerza operativa guerrera para realizar el ataque. No hubo aviso previo, ni se permitió la entrada de bomberos o asistencia médica en las horas de la conflagración.

Los avales vergonzosos

Los franquistas en España, primero negaron la destrucción de Guernica, y luego se la endilgaron a los mineros asturianos, los «gudaris» vascos y los comunistas, acusándolos de quemar la villa. Como ya mencionamos, ocultaron o bajaron el número de víctimas para disminuir la magnitud del ataque. Ante la evidencia de que Guernica había sido destruida fundamentalmente por causa del bombardeo -producto del testimonio de testigos presenciales, diplomáticos y prensa internacional- el mismo general Franco aceptó el bombardeo argumentando que por falta de visibilidad las bombas habían caído sobre la villa, y legitimizó la presencia de la aviación alemana e italiana, aunque siguió insistiendo en la versión de que los «rojos aprovecharon bombardeo para incendiar población». Pero quedó en claro que en la lucha por el poder en la que se encontraba España, los falangistas españoles pidieron y aprobaron el bombardeo de su propio país por parte de la aviación extranjera.

En Panamá no hay investigación veraz de los muertos. El Comando Sur da su versión de los hechos y avala la acusación de que los batallones panameños quemaron el Chorrillo. El nuevo gobierno nacional toma posesión en una base norteamericana la noche en que aniquilaban al Chorrillo y otras áreas, y aprueban la acción norteamericana en nombre de la democracia, y calificando a la invasión de liberación. El país es ocupado por los militares de EE.UU. con aprobación del gobierno, que pide nuevamente la intervención directa de esas tropas el 5 de diciembre de 1990, como contención a una «sublevación» de policías panameños que coincidió con protestas laborales.

Guernica y el Chorrillo

Guernica expresa lo terrible de la inhumanidad de bombardear o destruir a una población civil indefensa. El Chorrillo expresa lo mismo. Después de Guernica, este tipo de bombardeo fue un lugar común en la guerra civil española y en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Corea y VietNam no se quedaron atrás. En las puertas de la década de los 90, cuando la humanidad esperaba nuevos tiempos de paz y justicia, la invasión a Panamá reabrió el ciclo, que se expresó después con fuerza avasalladora en la guerra del Golfo.

Cierto es que las circunstancias son muy diferentes entre 1937 y 1989, Guernica y el Chorrillo, pero hay similitudes quizás un poco forzadas pero aleccionadoras. Los dos contextos son diferentes (guerra civil española y crisis panameña), pero los dos poblados civiles son victimizados. En ambos casos el ataque se da sin aviso y sin compasión. En ambos casos se esconde o manipula el número de bajas. En ambos casos hay un trasfondo de escarmiento o demostración de poderío para generar rendición, sometimiento o aceptación. En ambos casos una facción nacional pide, avala o legitimiza la operación de fuerzas extranjeras. El árbol sagrado de los vascos sobrevivió milagrosamene a la lluvia de fuego que barrió a Guernica. El chorro del Chorrillo «al pisarlo un extraño se secó» como cantó Amelia Dennis de Icaza en 1906, pero la esperanza no puede extinguirse de ninguna manera sino brotar de una pequeña semilla, haciéndose árbol, guayacán, roble, mango, marañón y palmera.


Foto: Raphael Salazar (2018) | Revista Concolon
Delirio en el Chorrillo

Esta vez no es el tronar de las bombas, ni el torrente de fuego que desintegró gentes en casas de madera. No es ese olor a muerte que lo impregnaba todo ni el llanto de los niños… Es de madrugada. Una brisa fresca hace titilar un mar de velas que iluminan pequeños altares y cruces que saturan la explanada que es lo que quedó de este barrio. Los sobrevivientes están aquí, fuera de sus tugurios, hangares y cuartos estrechos donde viven y llenos de velas y de cruces el recuerdo de la invasión de hace unos años. Uno de ellos me cuenta -mientras me ofrece una botellita de ron para el frío- una historia del Tío Lino, un mágico personaje que al llegar una noche a su casa y darse cuenta de que su mujer no había preparado la cena por falta de lumbre, captura un relámpago dando un portazo y, atrapándolo en la cocina en medio del júbilo de su familia, lo pone a cocer los alimentos. Casi diría que eso hacen los chorrilleros esta noche. Han prendido una miríada de fuegos atrapando en ellos el recuerdo de la madrugada relampagueante del 20 de diciembre. Pero no hay alegría sino una tristeza astillada encallada en miradas que hablan de las muchas casas donde el fogón no prende porque no hay razón para hacerlo. Suenan los pasos de una procesión del silencio que sale del templo, el único edificio incólume, y recorre lo que fueron calles, casas, esquinas una vez llenas de gentes, de imprecaciones, de música y palabras.

Amanece. Horas después, estos lotes vacíos y chamuscados son tomados no ya por una multitud silenciosa sino por miles de manifestantes bullangueros e irreverentes que irrumpen con pancartas, gritos, consignas, mantas y puños apretados. Es la Gran Marcha Negra, y yo voy con ellos con la garganta enronquecida, camino junto a los familiares de los muertos y desaparecidos, grito con los estudiantes, canto con los cristianos, ando con las feministas, discuto con profesionales, y dialogo con trabajadores y desempleados. Y lo más importante es que al pasar por tanta muerte es cuando más sentimos que Panamá está viva, que ni dictaduras ni invasiones apagaron esta llama, estas velas que ahora están encendidas dentro de cada uno de nosotros.

A desarmar la amenaza

Escribe Brecht: «La ciudad está en paz, ¿pero por qué hay soldados? El palacio del gobernador está en paz, ¿por qué hay una fortaleza?». No hay paz. La ocupación dejó un país armado hasta los dientes y ocupado hasta el último rincón. El epicentro está en las instalaciones militares norteamericanas. Es la bomba de tiempo que hay que desactivar. Es la maquinaria que tenemos que desmontar. El reloj de la historia marcha inexorablemente a marcar la hora en que Panamá debe asumir la integración plena de su territorio nacional. No hay escapatoria posible. Dentro de ocho años el área del canal estará a manos nacionales y Panamá tendrá la oportunidad de pasar por la prueba histórica de asumir eficiente y eficazmente el control de la vía interoceánica, pero también el desafío de desmilitarizar plenamente su territorio.

Ambas cuestiones son una especie de «test» que medirá la posibilidad de ser nación independiente, con capacidad de autodeterminación. En este momento y a pesar de la crisis económica, política y social que atraviesa el país está claro que Panamá cuenta con la capacidad técnica de administrar el canal, y lo que falta es la capacidad estratégica para elaborar y desarrollar los planes de desarrollo, la gestión política y económica para llevar a cabo esta empresa. Pero si los panameños tomamos conciencia de ello y actuamos uniendo soberanía popular y soberanía nacional, podremos superar estos escollos.

Otra cosa es la dimensión militar de lo que revertirá a nuestro país. Históricamente los panameños nunca aceptamos ni avalamos que junto a una obra civil como es el canal, se introdujera la formación de un inmenso complejo militar que no tenía que ver directamente con esa magna obra de ingeniería que unió los caminos marítimos del mundo. Los Estados Unidos crearon una pavorosa estructura bélica que trascendía la defensa in situ del canal, y que se convirtió en parte de su aparato ofensivo y defensivo a nivel geopolítico mundial; por ello, el Comando Sur es uno de los comandos unificados estratégicos a nivel planetario. No sólo eso. El enclave militar norteamericano en Panamá se convirtió en un factor extraño que interviene en la vida nacional a través de la injerencia en los asuntos internos, y el uso de esas instalaciones para entrometerse en los asuntos propios de otras naciones latinoamericanas.

La permanencia de las instalaciones militares en Panamá, sigue siendo un tema de intenso debate. Muchos de los que plantean esa permanencia arguyen el factor eco- nómico como el esencial. Preguntan cosas como: ¿qué pasará con los 5.718 panameños que trabajan en esas instalaciones?, ¿qué sucederá con la eliminación de los ingresos que devienen de esas áreas? La respuesta parece ser obvia. En la medida en que exista una estrategia coherente e integral de desarrollo sostenible nacional, un consenso nacional, una dirección gubernamental al servicio del pueblo y una voluntad política consistente, el país tendrá la capacidad de asumir eficaz y eficientemente esas instalaciones.

¿Cuáles deben ser algunos componentes para integrar esas 34 mil hectáreas y 4.829 edificios donde se acantonan las tropas extranjeras en el corazón del istmo? Uno de esos componentes debe ser un plan de conversión nacional de esas instalaciones. Según el Diccionario de la Lengua Española se entiende por conversión «Mutación de una cosa en otra. Mudanza de vida. Cambio de efectos públicos por otro de diferentes características». En cambio la expresión reconversión es «Hacer volver a su estado primero o a su creencia anterior aquello que ha sufrido una transformación». Es decir: de lo que se trata es de cambiar el sentido, la perspectiva de esas instalaciones militares no tanto a su estado anterior pues ya existen bienes que han transformado el entorno original, sino convertirlos en un componente de desarrollo integral real.


Foto: Servicio Público De U.S. Army | Revista Concolon

 

La ocupación dejó un país armado hasta los dientes y ocupado hasta el último rincón. El epicentro está en las instalaciones militares norteamericanas. Es la bomba de tiempo que hay que desactivar

En esta perspectiva son necesarias tres conversiones básicas:

– La conversión productiva. Significa aprender a reutilizar estos bienes en función de fortalecer la producción nacional. Es importante asignar en base a estudios cien- tíficos las instalaciones para el impulso de la industrialización nacional, para el desarrollo del movimiento cooperativo y de las formas autogestionarias populares.

¿Por qué no pensar en un área de almacenaje y capacitación para las cooperativas?

¿Por qué no, en zonas industriales de producción de alimentos y bienes básicos? Claro que para impulsar esto no podría continuarse con un programa de ajuste neoliberal que busca liquidar la producción nacional. La conversión productiva debe- ría basarse en priorizar la producción nacional, en base a requerimientos de protección del medio ambiente, dando espacio para el desarrollo de la economía popular.

– La conversión hacia los recursos humanos. El acceso a estos bienes que, ubicados cerca de las principales ciudades y a la mayor concentración poblacional del país, daría la posibilidad de desarrollar mejores niveles educativos, de salubridad, técnicos y científicos que redunden en la mejoría del capital más importante que tiene un país: su gente. ¿Es utópico plantearse ciudades universitarias o centros de investigación científicos tecnológicos o concentraciones de unidades de salud en porciones de esos territorios?

– La conversión hacia la mejora del ambiente. La protección del ambiente y el en- torno ecológico es clave y superador de políticas de desarrollo que se centran sólo en lo humano, y que al olvidar el entorno natural a la larga atentan contra la vida de la población que dicen priorizar. Aquí se presentan enormes retos. 21.415 hectáreas de las 34 mil que conforman las áreas militares son ubicadas como sitios de entrenamiento. Estos polígonos y zonas han sido profundamente deteriorados por décadas de prácticas militares que han depositado en ellos restos de explosivos, defoliantes, sustancias tóxicas hasta el punto que hay sectores vedados donde las mismas tropas norteamericanas no se atreven a ejercitarse en estos momentos. Es importante recuperar estos espacios para mejorar los niveles del ambiente que inciden no sólo en la población sino en el mismo funcionamiento del canal. Son necesarias medidas para controlar las mercancías que atraviesan el canal pues se calcula que el 40% de los barcos portan materiales tóxicos y radiactivos.

Es clave la conformación de una política agraria integral, dirigida a proteger el entorno metropolitano y canalero, que resuelva con los campesinos su necesidad de satisfacer necesidades básicas pero armonizándola con el desenvolvimiento del medio ambiente. Es vital que en la utilización de estas instalaciones se respete el medio ambiente no con un concepto estrecho de conservacionismo sino en una propuesta ecológica dinámica, interactuante con el medio social y humano.

La conversión de las áreas militares es la opción por borrar las huellas de la presencia bélica y construir los caminos de la paz. Incluye la necesidad de que estas instalaciones, tierras y aguas regresen a Panamá en un estado óptimo, y la exigencia de indemnizaciones por daños permanentes al medio ambiente tal como se lo están planteando algunos países del Este europeo a la ex-Unión Soviética por los daños infligidos por la presencia de sus bases militares. Por otro lado no debemos aceptar la permanencia de las bases con la eventual excusa de la lucha contra el narcotráfico, pues existen otras formas y alternativas para combatir ese flagelo que no implican costos políticos, sociales y económicos tan altos para la independencia y el desarrollo del país. La conversión es una prueba para la capacidad de construcción democrática de Panamá, y renunciar a ella en base a los beneficios económicos inmediatos sólo denota una profunda incapacidad y actitud de desvalorización de la potencialidad de los panameños como nación y como pueblo. Por eso la opción por la conversión es también una opción moral. No asumir las instalaciones militares y rogar por su permanencia trae en el fondo peligros mayores como:


Foto: Servicio Público De U.S. Army | Revista Concolon

 

Panamá seguirá siendo un objetivo militar de primer orden en una guerra convencional o nuclear más por la presencia de esas bases militares que por la existencia del canal. El fin de la guerra fría, no supone la eliminación de nuevas situaciones de conflicto internacional impredecibles en el futuro. Panamá seguirá siendo un país militarizado. Se habla de eliminar las fuerzas armadas panameñas, pero se acepta la presencia de un ejército extranjero varias veces interventor. Esta presencia seguirá siendo un factor distorsionador de la capacidad de autodeterminación nacional y democrática. Retrasará aún más la integración real y efectiva del territorio panameño, base fundamental de una nación soberana, y la reestructuración de la región metropolitana que impide el desarrollo urbano de las ciudades de Panamá y Colón, paso necesario para mejorar la calidad de vida.

Claro está que la conversión no es el único problema. Al mismo tiempo y en la actualidad, Panamá es un país ocupado militarmente por las tropas de EE.UU., donde se intenta imponer una estrategia económica antinacional y antipopular, donde se implantan acuerdos legales que lesionan la soberanía como lo es el Tratado de Asistencia Legal Mutua, se entregan porciones del territorio sin respetar principios

ambientales y étnicos como es el caso de la concesión petrolera a la Texaco en Bocas del Toro, y en nombre de la democracia se introduce la politiquería rampante en todos los rincones de la vida nacional. Pero tenemos que ser como un Midas, según reclama José María de Quinto, que en vez de convertir en oro todo cuanto toquemos lo transformemos en humanidad. Ese es el toque que Panamá necesita. Una economía, una política, una vida social, una naturaleza tocada de humanidad. Una sociedad donde gobierne la lógica vital de las mayorías sobre la lógica excluyente de la minoría. Una economía al servicio de la persona humana. Un canal para la paz. Un país ya no más erizado de armas sino latiendo en la justicia y en la libertad.

El mismo señor que me habló aquella madrugada de cómo Tío Lino capturó al relámpago, vino hoy a mi casa.

– ¿Qué es este país? – me preguntó de pronto aceptando el café que le ofrecía. A mí me vinieron a la mente las palabras de Reid en La Lézarde y las cité de memoria:«Primero pesa cada palabra, conoce cada pena…» y agregué, «son muchas las penas, muchas las palabras y las acciones que hay que echar al ruedo».

El señor mostró una cajetilla de dientes blancos en su cara negra, encendió un cigarro con manos seguras y me contó otra del Tío Lino. Me dijo en ciertas noches de verano se monta en su cayuco o canoa, saca su acordeón y empieza a tocar, cuando la música llega al arrebato el cayuco empieza a moverse por sí solo y puede surcar las aguas hasta como a cien millas por hora.

– ¡Quizás así será nuestro futuro! Con nuestro acordeón y nuestra música tendremos que hacer volar nuestro cayuco por los caminos del mañana… dijo, mientras miraba con ojos risueños la reproducción de Guernica colgada frente al librero.


Foto: Raphael Salazar (2018) | Revista Concolon

Artículo publicado en Nueva Sociedad. Nro. 123 Enero-Febrero 1993.

El autor: Raúl Leis (1947-2011), destacado sociólogo, escritor y educador, fue secretario general del Consejo de Educación de Adultos de América Latina (Ceaal) y presidente del Centro de Estudios y Acción Social Panameño (Ceaspa). Mantuvimos extensas charlas sobre designios y huellas de nuestra región. Otras tantas, distendidas y disfrutables, se propiciaron entorno a la música afrocubana, en especial el bolero, género que él más cultivaba. Este artículo viene como anillo al dedo, en momentos donde “la minería a infierno abierto” exacerba los ánimos del pueblo panameño. Por siempre eterno, querido Raúl. (Gerardo Iglesias)

Fotos: “El barrio roto”. Artículo de Eliana Morales. Duelo Memorias de una Invasión.