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El peronismo revive en Buenos Aires

Jaque a Milei

Carlos Amorín

9 | 9 | 2025


Foto: Gerardo Iglesias

Decir que el peronismo está muerto en Argentina siempre fue una osadía. Ahora, después de las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires, es directamente una ingenuidad. La derrota de Javier Milei en el distrito donde vota el 40% de los argentinos no es solo un traspié, es una señal de alarma que sacude a todo el oficialismo, desnuda las limitaciones de su alianza con el PRO de Mauricio Macri y deja en el aire un interrogante decisivo: ¿cómo gobernar un país en crisis con la oposición empoderada en la mayor provincia del país?

Los números no admiten maquillaje: 47,2% para el peronismo reunido bajo el sello Fuerza Patria, contra 33,7% de La Libertad Avanza, con el PRO reducido a un apéndice irrelevante.

Una diferencia de más de un millón de votos. Milei, que había convertido estos comicios provinciales en un plebiscito sobre su gestión, terminó golpeado en todos los frentes: la política, la economía y hasta en su círculo íntimo, atravesado por el escándalo de corrupción que involucra a su hermana Karina.

El presidente habló de “clara derrota”, pero no dio señales de rectificación, al contrario, prometió “acelerar” el rumbo de reformas y ajustes, como si el mensaje de las urnas hubiera sido un detalle menor. Ese desdén puede costarle caro.

La elección en Buenos Aires no fue un hecho aislado ni un capricho electoral, sino la cristalización del descontento social con un gobierno que, en menos de dos años, recortó salarios y jubilaciones, pulverizó la capacidad de consumo y enfrentó a los sectores medios y populares con un discurso mesiánico e intolerante.

Un país contra las cuerdas

La reacción de los mercados tras el resultado fue tan elocuente como las urnas: el dólar trepó a 1.470 pesos, las acciones argentinas en Wall Street se derrumbaron y la presión inflacionaria se recalentó. Los mismos actores financieros que Milei juró seducir ahora se muestran desconfiados ante un gobierno debilitado, incapaz de generar gobernabilidad y con horizonte incierto en el Congreso.

Lo grave no es solo la derrota electoral, es la simultaneidad de varias crisis: económica, política y de credibilidad. Milei llegó al poder con el aura del outsider implacable que venía a “poner el último clavo en el ataúd del kirchnerismo”. Apenas 20 meses después, es él quien aparece tambaleando, cercado por un peronismo que demuestra, una vez más, su resiliencia histórica.

En este contexto, la figura de Axel Kicillof emerge con fuerza inesperada. Gobernador de Buenos Aires, logró no solo retener la provincia sino pintarla de celeste incluso en el interior rural, donde el peronismo llevaba casi dos décadas sin victorias. Esa conquista en territorios históricamente antiperonistas no es un dato menor: marca el fracaso del “romance corto” entre el campo y Milei, y abre la posibilidad de un reacomodo político profundo.

El campo, el peronismo y el voto de la subsistencia

Quizás el dato más simbólico sea que el peronismo volvió a ganar en la Cuarta y la Segunda secciones electorales, bastiones rurales donde desde la crisis de 2008 el voto agrario había sido consistentemente opositor. Allí, el descontento con las políticas de Milei pesó más que la memoria antiperonista. Como explicó un periodista agropecuario: “Cuando al campo le aprieta el zapatazo, se olvida de sus orígenes antiperonistas”.

Ese giro revela algo esencial: en un país en recesión, el voto deja de ser ideológico y se vuelve de subsistencia. El campo, ahogado por el ajuste y la falta de apoyo estatal, eligió el pragmatismo antes que la fidelidad ideológica. Y el peronismo, con su capacidad de tejer alianzas y leer el malestar, supo capitalizarlo.

Kicillof se consolidó como heredero posible, incluso como presidenciable para 2027. El gobernador bonaerense tiene ahora un capital político que lo proyecta como figura nacional.

La unidad relativa del peronismo —siempre frágil, siempre negociada— se reforzó con esta victoria. La marcha peronista, que volvió a sonar en La Plata como ritual, selló un pacto tácito: el enemigo está afuera, y se llama Milei, y el objetivo común es la elección nacional de octubre próximo, cuando se renovará la mitad de los diputados y el tercio de los senadores.

Gobernar en minoría

El panorama que se abre para el presidente es tormentoso. El Congreso ya mostró los dientes al revertir un veto presidencial y avanzar en leyes que limitan el uso de decretos. La oposición huele sangre y buscará ampliar su margen de maniobra de aquí a octubre, cuando se renuevan bancas en el Parlamento nacional.

Milei se encuentra atrapado entre su propia retórica incendiaria y la necesidad de negociar para sobrevivir. Su estilo refractario al diálogo, su obsesión por el extremismo ideológico y su dependencia emocional de su hermana Karina lo dejan con poco margen para recomponer relaciones. El riesgo es que su mandato se siga consumiendo en un enfrentamiento permanente, con la economía como rehén y la sociedad como víctima.

Una elección que reconfigura el tablero

Lo que pasó en Buenos Aires excede lo provincial. Es un golpe en el tablero de la política argentina, un recordatorio de que el peronismo no solo resiste, sino que puede reinventarse, y una advertencia para Milei de que la legitimidad electoral no es un cheque en blanco, sino un capital que se evapora rápido cuando la realidad aprieta.

La lectura internacional lo confirma: desde El País de España hasta Bloomberg, todos coincidieron en señalar la derrota como un mazazo para el gobierno argentino. Los mercados se inquietaron, los gobiernos vecinos tomaron nota y hasta los viejos socios de Milei en la derecha regional guardaron un silencio prudente.

El futuro inmediato

De aquí a octubre, cada día será una batalla para la Casa Rosada. El presidente necesitará sostener la economía en equilibrio precario, calmar a los mercados y, al mismo tiempo, evitar que su coalición oficialista se desangre. La alianza con el PRO parece un cascarón vacío, y los libertarios carecen de estructura territorial sólida más allá de la figura de Milei.

Mientras tanto, el peronismo festeja pero también calcula. La victoria en Buenos Aires es un trampolín, pero no garantiza nada. Mantener la unidad, evitar que las tensiones internas se transformen en fractura y proyectar liderazgo nacional serán desafíos inmediatos.

Lo que está claro es que Milei, que se jactaba de arrasar, ahora prueba el sabor amargo de ser arrasado. El péndulo argentino, siempre imprevisible, vuelve a bascular. Y una vez más, el peronismo demuestra que enterrarlo es tarea imposible.