La masacre del silencio
y América Latina
Desde hace casi dos años, Gaza se ha convertido en un agujero negro informativo. No es solo una figura retórica: es un lugar donde informar equivale a firmar una sentencia de muerte. En una tierra donde las bombas no descansan, ser periodista significa ser objetivo militar. Lo ha dejado claro el número de cadáveres.
Carlos Amorín
15 | 9 | 2025

Imagen: Allan McDonald’s – Rel UITA
Desde el 7 de octubre de 2023, según la fuente que se consulte, entre 210 y 250 periodistas palestinos han sido asesinados por el ejército israelí, y al menos 56 de ellos fueron blanco deliberado o murieron en el ejercicio directo de su labor informativa. Solo en agosto de 2025, doce periodistas fueron asesinados.
Esta es una cifra espeluznante, incluso si se compara con regiones tan letales como América Latina, tradicionalmente considerada una de las zonas más peligrosas del mundo para el periodismo.
Según datos del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) y Reporteros Sin Fronteras (RSF), en América Latina —una región asolada por el narcotráfico, la corrupción política, la represión policial y las mafias económicas— se asesinaron 44 periodistas en 2022, y 39 en 2023. México encabeza las listas globales desde hace más de una década: solo entre 2021 y 2023 se registraron más de 30 asesinatos de periodistas en ese país. Colombia, Brasil, Honduras y Haití completan el macabro ranking.
Pero Gaza ha llevado el asesinato sistemático de periodistas a una escala completamente nueva. Aquí, la diferencia ya no es solo cuantitativa, es cualitativa. En Gaza los periodistas no mueren atrapados en un fuego cruzado o como víctimas colaterales de una guerra. Aquí se apunta directamente al corazón de la libertad de prensa. Se mata al periodista porque es periodista.
Los datos de RSF son claros: en casi 23 meses de operaciones militares, más de 250 periodistas han sido asesinados en Gaza. Muchos eran los únicos ojos de la comunidad internacional en medio del desastre.
Voces que denunciaban no solo las consecuencias de una ofensiva militar prolongada, sino también la descomposición humanitaria de todo un territorio. Voces como la del joven reportero de Al Jazeera Anas al-Sharif, asesinado el 11 de agosto de 2025 en un bombardeo de precisión del ejército israelí. Sabía que podía ser asesinado, lo dijo un mes antes: “Mientras continúe el genocidio, yo voy a seguir informando”.
Esa es la diferencia. En América Latina, los periodistas a menudo mueren aislados, olvidados, silenciados en provincias alejadas, en la periferia de los medios. En Gaza, mueren en grupo, ante los ojos del mundo, en transmisiones que se cortan abruptamente con fuego. Son asesinatos con firma y con fecha.
Como el del 25 de agosto de 2025, cuando cinco periodistas murieron en un ataque al complejo médico Al Nasser, uno de los pocos refugios para la prensa en el sur de Gaza. El mensaje fue claro: ni siquiera en los hospitales están a salvo.
La situación exige una mirada profunda, crítica, más allá de las cifras. Porque en ambos contextos —Gaza y América Latina— se repite un patrón: la impunidad. En México, por ejemplo, el 95% de los asesinatos de periodistas quedan impunes. Las investigaciones son parciales, manipuladas o simplemente inexistentes.
Gaza no es la excepción, solo que la escala es infinitamente mayor. El ejército israelí no solo niega responsabilidad: impide el acceso a prensa internacional, bloquea los corredores humanitarios y bombardea los pocos espacios donde aún se intenta contar la historia.
A ello se suma el aislamiento: Gaza se ha convertido en una prisión sin cámaras. La prensa extranjera tiene vetado el acceso. Los periodistas locales son los únicos que pueden —y se atreven— a contar lo que sucede. Pero ese coraje tiene un precio. No solo mueren: mueren con sus familias, en sus casas, con sus equipos al hombro. Mueren por cumplir con lo que muchos llaman “una misión humana”, como lo expresó un reportero palestino tras perder a toda su familia.
Este 1 de septiembre, más de 250 medios de 70 países, entre ellos RTVE, Al Jazeera, The Independent, El País, EFE y Mediapart, se unieron a una movilización global impulsada por Reporteros Sin Fronteras y Avaaz. Fue una acción sin precedentes no solo para exigir justicia, también para decir en voz alta lo que muchos gobiernos callan: que esto es una masacre deliberada de periodistas. Y si no se detiene, pronto no quedará nadie que informe lo que realmente pasa en Gaza.
¿Nos imaginamos una América Latina sin medios independientes? ¿Sin las crónicas desde la frontera de Ciudad Juárez? ¿Sin los informes de los defensores de derechos humanos en Honduras? ¿Sin las investigaciones sobre el agronegocio en Brasil o los extractivismos en Perú? Gaza ya está viviendo esa realidad. Es el espejo roto donde América Latina puede mirarse.
Por eso la comparación no es solo útil: es necesaria. Mientras en México, Colombia o Brasil los periodistas enfrentan al narco, a los gobiernos autoritarios y a los intereses corporativos, en Gaza enfrentan a un ejército moderno, con drones, inteligencia artificial y apoyo político de grandes potencias. En ambos lugares, el periodismo resiste, pero a un costo que ninguna sociedad debería aceptar.
En alguna otra oportunidad escribí que “la violencia contra periodistas no es solo contra la prensa: es contra el derecho de los pueblos a saber”. En Gaza ese derecho está siendo bombardeado cada día bajo los ojos ciegos del mundo. En América Latina cada bala que silencia a un periodista también silencia una verdad incómoda.
La pregunta ya no es cuántos más morirán. La pregunta es si el mundo seguirá tolerando esta rutina de sangre, porque si los periodistas desaparecen, lo que desaparece no es solo la noticia, es la verdad, es la memoria, es la humanidad.