Los OGM y el pan nuestro de cada día
Un tiempo llevan ya los argentinos consumiendo pan elaborado con harina de trigo transgénica. Son hasta ahora los únicos en padecerlo, pero la autorización dada a fines de agosto por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos a la siembra y comercialización de trigo genéticamente modificado hace temer que el engendro se extienda.
Daniel Gatti
9 | 9 | 2024
Foto: Gerardo Iglesias
La inocuidad de este cereal “no convencional” no ha podido ser probada de manera independiente, pero en mayo de 2022 la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) ya había determinado que era seguro para consumo humano.
El HB4 —así fue bautizada esta variedad de trigo transgénico por la empresa que lo creó, la argentina Bioceres— está sin embargo asociado a un agrotóxico catalogado como sumamente peligroso, el glufosinato de amonio, resistente, según la compañía, a los efectos de las sequías.
Otros dos países que han aprobado la producción comercial del HB4 son Brasil y Paraguay.
Todos los organismos argentinos relacionados con el agronegocio, y una parte ídem de la academia, saludaron la decisión del gobierno estadounidense.
“La ciencia argentina sigue marcando el camino para encontrar soluciones a los grandes desafíos globales”, comentó Bioceres en su cuenta de la red social X.
Más o menos en los mismos términos se expresaron directivos de la filial argentina de la transnacional francesa Florimond Desprez, asociada a Bioceres en la compañía Trigal Genetics.
No hay en realidad nada para celebrar, respondieron decenas de organizaciones sociales y otro sector de la academia: con este invento, hasta el pan, alimento básico y de tradición milenaria si los hay, corre riesgo de convertirse en algo nocivo para la salud humana, dijeron.
Resulta una paradoja, afirmó entre otros el ingeniero agrónomo argentino Fernando Frank, integrante de la Unión Científica Comprometida con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), que desde Argentina, “granero del mundo”, se esté ofreciendo al planeta un producto como este.
En el país sudamericano, el único en el que la harina transgénica de trigo se ha hasta ahora utilizado (en panes, pastas, tapas de empanadas, bizcochos), los “estudios” presentados para lograr la aprobación de su cultivo y comercialización fueron los realizados por la propia empresa.
“Ningún científico independiente, ni la población, puede acceder a esos escritos”, señaló el diario Página 12.
Nadie ha podido comprobar tampoco si el HB4 es efectivamente “resistente a la sequía”, como es asegurado con bombos y platillos por su fabricante y otras empresas del agronegocio.
Existen, en cambio, pruebas —emanadas incluso del propio Ministerio de Agricultura de Argentina— sobre la mayor productividad del trigo convencional sobre el transgénico, lo que desmiente otro de los argumentos de la industria en favor del HB4: su “rinde”.
Ni que hablar sobre los efectos sobre la salud humana de uno y otro. Nulos o escasos, en el caso del trigo convencional cultivado en condiciones adecuadas de salubridad, y probablemente altos en el caso del transgénico, entre otras cosas porque es parte de un “paquete tecnológico” que incluye agrotóxicos.
Página 12 recordó que la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia), “espacio central para la aprobación” de estos productos en Argentina, “está totalmente dominada por las mismas empresas que venden los transgénicos. Tan insólito como escandaloso: los mismos que presentan los pedidos de autorización son los que votan a favor de autorizarlos”.
Y señaló además —al pasar, digamos— el cinismo mayúsculo que supone “que el mismo modelo (el agronegocio) que es protagonista de la crisis climática ahora se ofrezca como parte de la supuesta solución al desastre que produjo”.
Ya en 2020 más de mil investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y de 30 universidades públicas de Argentina habían firmado un manifiesto en el que no solo denunciaban los peligros del HB4 sino la manera en que el cultivo de los organismos genéticamente modificados (OGM) en general había sido permitido, por un puñado de personas a espaldas de toda la sociedad.
La autorización de este cultivo, escribieron, “remite a un modelo de agronegocio que se ha demostrado nocivo en términos ambientales y sociales, causante principal de las pérdidas de biodiversidad, que no resuelve los problemas de la alimentación y que amenaza además la salud de nuestro pueblo confrontando la seguridad y la soberanía alimentaria”.
También organizaciones campesinas, de agricultores familiares, de productores agroecológicos y grupos socioambientales argentinos llevan años alertando sobre las consecuencias de la extensión del HB4.
“El trigo transgénico no está pensado para resolver el problema del hambre sino para favorecer las exportaciones del sector agroindustrial. Ya lo vivimos con la soja transgénica. ¿Qué cambió y en qué benefició al tejido social argentino?”, señalaron en un documento que difundieron en 2021 en el marco de su campaña “Con nuestro pan no”.
Previendo la posibilidad de que el frankenstein trigueño se extienda por el planeta, movimientos del mismo tipo, pero a nivel de toda América Latina y también de Asia y África, emitieron su propia alerta.
Y reclamaron la intervención de relatores especiales de Naciones Unidas por los riesgos para la alimentación, la salud y el ambiente que representa el HB4.
“Su siembra y consumo vulnerará derechos humanos, como el derecho a la vida, a la salud, a la alimentación adecuada y a la soberanía alimentaria, a un ambiente equilibrado y libre de contaminación, al acceso a la tierra y territorio; al derecho a autodeterminación de los pueblos y comunidades locales”, dicen esos movimientos en un documento común.
“Este transgénico se ha transformado de un problema internacional, por eso esta acción conjunta de organizaciones de tres continentes”, explicó Leonardo Melgarejo, miembro de UCCSNAL y del Movimiento Ciencia Ciudadana de Brasil.
“Este trigo contamina la alimentación básica de la población y sin dudas va a contribuir en el acaparamiento de tierras en pocas manos y la afectación del agua, de la vida campesina y de los pueblos indígenas”, afirmó.
Y hay un peligro adicional: la contaminación del trigo convencional por el transgénico.
Bioceres informó hace año y medio que ya estaba mezclando uno y otro en 25 de sus molinos en territorio argentino.
“No es posible la coexistencia de trigo transgénico y no transgénico debido al proceso de ‘contaminación genética’ que ocurre durante la polinización y cuyos residuos de agrotóxicos quedarán en la harina obtenida”, afirmó la Multisectorial Paren de Fumigarnos Ya, de la provincia argentina de Santa Fe, una de las animadoras de la campaña “Con nuestro pan no”.
“En sociedades empobrecidas y culturalmente trigo-harina dependientes, es un claro peligro de salud pública”, agregó esta asociación creada hace más de dos décadas para defender a las poblaciones víctimas de un modelo que comenzó con la generalización del cultivo de la soja.
El herbicida glufosinato de amonio, ese que protegería al HB4 de los efectos de la sequía, es “mucho más tóxico que el glifosato y están comprobados sus efectos teratogénicos, neurotóxicos y genotóxicos”, sostuvo la Multisectorial.
Un estudio llevado a cabo en Argentina en 2022 por científicos de tres universidades nacionales asoció al glufosinato de amonio a malformaciones, daños genéticos y alteraciones en los niveles de la hormona T4.
El trabajo estudió las interacciones entre ese herbicida y el glifosato, dos de los agroquímicos más empleados en el campo latinoamericano, y encontró que, al asociarse, algo que hacen “con facilidad”, “originan un nuevo contaminante que puede permanecer en el suelo, el agua y también, por ejemplo, en residuos de silo bolsas”, según consignó la agencia Tierra Viva.
En los análisis comparativos realizados, el glufosinato de amonio resultó más tóxico aún que el glifosato o que la mezcla de los dos, informó la publicación.
“Se necesita poner un alto urgente a la aprobación continua de cultivos transgénicos resistentes a herbicidas, como el glufosinato de amonio, que carecen de evaluaciones bioéticas y avales científicos multidisciplinarios”, señalaron los científicos en sus conclusiones.
Sin embargo, a menudo independientemente de su orientación política, los gobiernos de la región no van por ese lado. Lejos de ello.
En Argentina, los primeros OGM datan de la época del gobierno neoliberal de Carlos Menem, pero su expansión prosiguió posteriormente, al punto de convertirse en una “política de Estado”. Lo mismo puede decirse de otros países del área, como Brasil.
“Sin un cambio de fondo nada que se haga será duradero. No se trata de reemplazar a un agrotóxico nocivo por otro menos nocivo sino de dejar de producir en base a un modelo que necesita de los agrotóxicos y que tiene una lógica de lucro empresarial, de base depredadora”, decían integrantes de Paren de Fumigarnos Ya, la red que opera en el litoral argentino, “patria” del trigo transgénico.