Javier Milei se agota en su propio delirio. En menos de un año, el “león libertario” devino un presidente sitiado por la realidad: una economía que se desangra, una sociedad harta del ajuste eterno y un discurso que ya solo convence a los fanáticos. La motosierra prometía cortar privilegios; terminó cercenando derechos. La “libertad” de Milei se tradujo en salarios pulverizados, jubilaciones humillantes, hospitales en caída libre y universidades al borde del colapso.

Este domingo 26 habrá elecciones parlamentarias parciales, y crece el murmullo en las calles: el experimento libertario huele a fracaso. El mercado, su único dios, ya no responde. No alcanza la capa de “SuperTrump”, ni las decenas de miles de millones de dólares o las amenazas y los chantajes para dirigir los votos: la paciencia popular, su enemigo más temido, despierta. Ni los gritos, ni los insultos, ni las guerras imaginarias con periodistas o artistas alcanzan para tapar el vacío de gestión.

Argentina volverá a elegir, y en ese voto puede haber algo más que una reacción: puede ser el principio del fin de una pesadilla ideológica que confundió la patria con un saldo de caja.