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Los niños, víctimas colaterales de los agrotóxicos

Hijos de la patria sojera

El uso de agrotóxicos en los campos argentinos está aumentando los casos de cáncer en niños y jóvenes, según un reciente estudio de médicos, ingenieros agrónomos y sociólogos presentado por la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).

Daniel Gatti


Imagen: Allan McDonald | Rel UITA

“Efectos de los agrotóxicos en la salud infantil”, se titula la investigación, realizada por 11 universitarios de esas tres ramas en las zonas rurales de las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, algunas de las de mayor producción agrícola de Argentina y donde más se utilizan pesticidas y herbicidas para tratar cultivos como la soja.

Los agrotóxicos son a menudo fumigados a corta distancia de los centros poblados y por su gran volatilidad contaminan el aire y se filtran fácilmente en suelos y cursos de agua.

Rastros de agrotóxicos, fundamentalmente de glifosato, se han hallado en el agua de lluvia en las cuatro provincias, integrantes, junto a La Pampa, del eje sojero argentino.

“Esto significa que el glifosato se encuentra en la atmósfera, en el aire que respiramos y cuando llueve, el agua, que contiene pesticidas, al caer lo arrastra al suelo”, dice el trabajo.

Los niños también

“Es un gran problema de salud pública”, afirman los autores, y destacan el incumplimiento por los productores de las (débiles) leyes vigentes, la ausencia de controles estatales y de médicos capacitados para detectar los casos de intoxicación, así como las enormes carencias en materia de información en torno al tema, hacia dentro del Estado y hacia el público.

A veces los síntomas tardan en manifestarse y a la agudización de la intoxicación contribuye el hecho que los afectados consultan también tarde y tanto los médicos locales como los empresarios agrícolas establecen “relaciones falaces entre causas y efectos”.

“Los niños son especialmente vulnerables a los pesticidas”, constata el informe.

Y enumera algunas de las causas de esa mayor vulnerabilidad: “por jugar cerca del suelo; su comportamiento mano-a-boca; su alta ingesta de comida y líquidos en comparación a su peso corporal; su mayor absorción de pesticidas del ambiente que los adultos; su sistema inmune inmaduro; sus funciones enzimáticas y metabólicas que no están completamente desarrolladas; y por estar expuestos indirectamente a estos compuestos en la exposición ocupacional parental o ambiental”.

“Si las neuronas del cerebro de un infante son destruidas por pesticidas, si el desarrollo reproductivo es desviado por disruptores endocrinos, o si el desarrollo del sistema inmune es alterado, la disfunción resultante puede ser permanente o irreversible”, alerta el informe.

“Meternos más”

Uno de los especialistas que participó en la investigación, el pediatra y neonatólogo Medardo Ávila Vázquez, es también integrante de la Red Universitaria de Ambiente y Salud y de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados.

Según dice, en esas zonas de Argentina la principal causa de muerte es el cáncer. Entre 30 y 50 por ciento de los fallecimientos allí obedece a algún tipo de cáncer, contra 20 por ciento en el resto del país. Y “la población de enfermos oncológicos es más joven que la del promedio” nacional.

Hay más casos de broncoespasmo y asma bronquial que en otras regiones y también de abortos espontáneos. Y seis por ciento de los niños nacen con alguna clase de malformaciones, el triple que la media nacional.

Buena parte de esos casos se origina en la exposición directa e indirecta a los agrotóxicos.

Piensa por otra parte Ávila que sus colegas deberían “meterse más” en el problema, involucrarse mucho más que lo que lo hacen actualmente en el tratamiento de afecciones que han ido aumentando a medida que el modelo agrícola intensivo en el uso de agrotóxicos se ha ido extendiendo.

“Desde hace décadas −consigna la investigación− las comunidades que se perciben afectadas y se movilizan para mejorar su salud socioambiental nos exigen a los profesionales de la salud en general y a los médicos en particular que nos involucremos en la problemática. Nos solicitan que colaboremos con la evaluación y el diagnóstico de aquello que perciben que les afecta y nos afecta”.

En carne propia

Al propio Ávila lo despidieron en junio de 2020 de la clínica privada de la provincia de Córdoba donde trabajaba hacía 18 años precisamente por involucrarse con sus pacientes.

Un día pagó de su bolsillo un medicamento que necesitaba un niño de dos años que tenía leucemia y los propietarios de la clínica le dijeron que no estaban para hacer caridad.

Cerca de la mitad de los pacientes de la clínica provenían de pueblos fumigados. A Ávila lo remplazaron con otros pediatras que tienen una idea muy distinta a la suya de la medicina.

“También entre los médicos hay gente que se mueve en torno al capital, va donde está el capital y vive con los valores del capital”, dice. Él no está entre ellos.”