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Con Jair Krischke

La muerte no redime, y otros relatos

En 2017 el presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil fue objeto en Uruguay, junto a otras 12 personas, uruguayas y extranjeras, de amenazas de muerte lanzadas por un grupo paramilitar conocido como Comando Barneix. Por ese caso acaba de producirse la primera detención. Jair charló al respecto con La Rel, y habló también sobre la muerte del teniente coronel retirado José “Nino” Gavazzo, un genocida a carta cabal con el cual tuvo cruces indirectos en los años 1980.

Daniel Gatti


Jair Krischke | Foto: Gerardo Iglesias

“Puede ser importante, cómo no. Es la primera detención que se da en este caso. Pero no sabemos nada de este detenido. Es un sospechoso secreto. Sólo sabemos que tiene 30 años, y a nosotros, los amenazados, no nos comunicaron nada”, dijo Krischke en relación al arresto de un hombre que estaría relacionado con las amenazas del Comando Barneix.

Este grupo paramilitar tomó su nombre del general Pedro Barneix, un general retirado que se suicidó en 2015 tras saber que iría seguramente a la cárcel acusado de crímenes de lesa humanidad.

A comienzos de 2017, el Comando, sobre el que poco se sabe a ciencia cierta pero que algunas investigaciones relacionan con oficiales retirados y con civiles vinculados con la dictadura, envió mensajes con amenazas de muerte a defensores de los derechos humanos, operadores de justicia, investigadores y políticos de Uruguay, pero también de Francia e Italia, y a Jair, de Brasil.

El grupo volvió a aparecer dos años después, para respaldar en la primera vuelta de las elecciones uruguayas al general Guido Manini Ríos, ex comandante en jefe del Ejército y candidato presidencial del entonces recién creado partido Cabildo Abierto, y en la segunda al actual presidente Luis Lacalle Pou.

Hasta las piedras saben

“Yo en todo caso desconfío que este detenido sea ‘el’ autor de las amenazas del Comando. Que haya participado, sí, claro, es posible, pero el propio texto de los comunicados dice mucho de sus verdaderos autores”, afirmó Krischke, que es también asesor de derechos humanos de la Regional Latinoamericana de la UITA.

“Queridos amigos uruguayos con los que conversé estos días me decían que ‘hasta las piedras saben en Montevideo’ dónde hay que ir a buscar a la gente del Comando Barneix y quiénes pueden estar entre sus cabecillas”, apuntó.

Y agregó que “sería de todas maneras importante saber quién es este hombre para poder encontrar a los verdaderos responsables. Porque esto último es lo realmente importante”.

Las acciones del Comando Barneix coincidieron con otras del mismo tenor: otras amenazas, robo de archivos del equipo de antropólogos que investiga posibles enterramientos de desaparecidos, apariciones públicas de militares retirados reivindicando el accionar de la dictadura y advirtiendo sobre su “retorno”.

En sus investigaciones sobre el grupo paramilitar, nunca la justicia relacionó todos esos hechos.

Jair baraja por otra parte la posibilidad de que esta detención obedezca a las crecientes presiones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre Uruguay para que se produzca algún avance concreto en una investigación que ha permanecido casi empantanada.

“El gobierno puede haberse visto obligado a mostrar algún resultado. Veremos”,

La muerte de Gavazzo

“Lo bueno es que esta gente también se muere”, comentó Jair al referirse a la muerte, a los 81 años, de José Gavazzo, uno de los principales operadores uruguayos del Plan Cóndor, procesado y condenado por una treintena de secuestros, desapariciones y ejecuciones de militantes de izquierda en Uruguay y en Argentina durante la dictadura y antes de ella.

Cuando se enteró de que Gavazzo había sucumbido a un ataque cerebrovascular, Krischke reprodujo en las redes el poema de Mario BenedettiObituario con hurras”.

Ese que dice: “Vamos a festejarlo/Vengan todos/Los inocentes/Los damnificados/Los que gritan de noche/Los que sufren de día/Los que sufren el cuerpo/Los que alojan fantasmas/Los que pisan descalzos/Los que blasfeman y arden/ Los pobres congelados/ Los que quieren a alguien / Los que nunca se olvidan/ vamos a festejarlo/ vengan todos/ el crápula se ha muerto/ se acabó el alma negra / el ladrón /el cochino / se acabó para siempre”.

“Además de genocida el tipo era también un cobarde. Y se fue sin decir nada, como muchos de sus colegas que han preferido callar lo que saben”, dice el activista brasileño.

Krischke recordó que Gavazzo, uno de los pocos militares (no llegan a 30) que en este país han ido a la cárcel por sus crímenes (en los últimos años se le otorgó prisión domiciliaria), seguía teniendo una “actitud desafiante”.

Cruzándose con el enemigo

Cuando desde Brasil era parte activa de las campañas de solidaridad con los perseguidos o presos en otros países latinoamericanos (a muchísimos uruguayos les salvó literalmente la vida), Jair tuvo un par de cruces indirectos con José Gavazzo.

Fue en 1980, cuatro años después de que el militar hubiera obtenido sus mayores galardones entre sus compañeros de armas con la conducción de operaciones de secuestro, tortura, asesinato y extorsión contra militantes uruguayos exiliados en Argentina, en su gran mayoría integrantes del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP).

“El tipo ya estaba retirado, pero volvió al ruedo en los servicios de contrainformación”, relata Jair al rememorar aquellas anécdotas.

En ese 1980, Gavazzo participó en distinto grado en dos operaciones de inteligencia destinadas a desprestigiar las campañas de denuncia de violaciones a los derechos humanos por la dictadura que se llevaban a cabo en el exterior del país, en las cuales, en Brasil, Krischke tenía un papel central.

Una de ellas involucró a una simpatizante del PVP, Blanca Sanabria, detenida en la cárcel de mujeres de Punta de Rieles.

Sanabria había sido bárbaramente torturada. La habían simplemente enloquecido.

Un día sus carceleros la sacaron de la prisión e hicieron correr el rumor de que la detenida se había suicidado.

“Era fácil creerlo, porque ella había intentado quitarse la vida en cuatro o cinco ocasiones, así que sus compañeras de prisión lo creyeron y nosotros lo denunciamos abundantemente en Brasil”, dice Jair.

Pero se trataba de una trampa.

“A los quince días la devolvieron a la cárcel y con su aparato de propaganda intentaron mostrarnos a quienes denunciábamos sus crímenes como mentirosos y manipuladores”.

Jair desafió entonces a las autoridades de la dictadura a que presentaran a Sanabria en la televisión, que la mostraran no sólo viva sino también sana.

No podían hacerlo, “porque estaba totalmente loca y eso era imposible de ocultar”, con lo cual esa operación, ideada por Gavazzo, les terminó fracasando.

Rescate de la boca del lobo

En su larguísima actividad solidaria Krischke participó en varias operaciones de rescate.

En una de ellas logró sacar de la cárcel a un científico de alto nivel, el biofísico uruguayo Claudio Benech.

Militante comunista, Benech había sido secuestrado en mayo de 1980 en Montevideo. Una campaña de denuncia internacional hizo que su detención fuera “blanqueada” por la dictadura, y el científico apareció preso en un cuartel.

Los militares intentaron pactar con él: lo liberaban si previamente reconocía, en televisión, que no había sido torturado y se encontraba bien de salud. Él se negó.

A fines de ese año el MJDH se puso en marcha para sacar a Benech de prisión y trasladarlo a Brasil.

“Como buen científico”, recuerda Jair, el biofísico “era un tipo muy observador. Estudió el comportamiento de sus carceleros y vio que eran sexualmente depravados. Les dijo que si lo llevaban a su casa a mantener relaciones con su mujer les contaría todo con lujo de detalles”.

Entre esos “oficiales depravados” estaba José Nino Gavazzo.

La noche de Navidad de 1980 Benech la pasó en su casa, y al día siguiente les contó a los militares “todo lo que había hecho con su mujer”.

Repitieron el paseíto en Año Nuevo. Benech aprovechó la ocasión para escapar. Un auto lo esperaba en la esquina, con su mujer y dos hijos en su interior, para conducirlos hacia Brasil.

Dos periodistas brasileños, que habían ingresado a Uruguay supuestamente para cubrir el Mundialito de fútbol que se jugaba en aquel momento, fueron parte del rescate y lo registraron.

En la frontera entre Chuy y Chuí Jair seguía con binoculares los movimientos de los guardias fronterizos y de los agentes de la Policía Federal brasileña, que esa noche de fin de año ya estaban borrachos.

Benech y su familia lograron pasar al otro lado. “Ahora que veo esto a la distancia me alegro particularmente de haber contribuido a sacar a alguien de las garras de tipos tan repugnantes y despreciables como Gavazzo”, concluye Krischke.