Brasil | ESCLAVITUD | DERECHOS HUMANOS

Antes, ahora, ¿y después?

Los esclavistas gozan de buena salud

Carlos Amorin

29 | 1 | 2025


Un póster del barco de esclavos ‘Brookes’ que muestra cómo las personas esclavizadas fueron transportadas en condiciones espantosas | Foto: Afroféminas

Ayer se conmemoró en Brasil el Día Nacional del Combate al Trabajo Esclavo, sobre el cual nuestra compañera Amalia Antúnez informó en una excelente nota publicada aquí mismo. El pinchazo de esa injusticia renovada cada día en Brasil y otros países avivó el recuerdo conmovido de mi visita en 2005 a la Isla de Gorée, Senegal, en el marco de la participación de la Rel UITA en un Encuentro Mundial de Economía Social y Solidaria. Después de haber pasado el día en la Isla, de regreso a Dakar, escribí el siguiente artículo.

La puerta del infinito dolor

Frente a la ciudad de Dakar, a cuatro kilómetros de la costa se encuentra la Isla de Gorée. Fue colonizada por los portugueses antes de que Colón llegara a América, mediando el siglo XV. Este pequeño territorio de 900 metros de largo por 300 de ancho fue rudamente disputado, pasando por las manos de los holandeses y también de los franceses. En 1978 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En la actualidad viven en ella 1.200 personas, de las cuales un 75% son musulmanas y el resto católicas. Ambas comunidades conviven en total armonía.

60 kilos de mercancía humana

Durante cuatro siglos fue una de las principales bocas de abastecimiento de los barcos negreros europeos. Se calcula que por ella pasaron 12 millones de hombres, mujeres, niños y niñas, iniciando un viaje sin retorno al otro lado del Atlántico. A lo largo de toda la costa de Dakar se fueron erigiendo las llamadas “Maisons des esclaves” (Casas de esclavos), donde eran concentrados y clasificados los seres humanos “cazados” tierra adentro, a menudo por otros africanos que se beneficiaban con el tráfico esclavista.

“Nuestros abuelos estaban locos”, me comenta mi guía senegalés que relata la historia con pasión y hasta con rabia. En la actualidad se conserva una sola de esas Casas, restaurada en 1990.

Las “Casas de esclavos” eran regenteadas por europeos. Las familias eran separadas; los hombres, las mujeres, los niños y niñas y las vírgenes tenían celdas diferentes. Los hombres eran clasificados por su robustez, las mujeres por sus pechos y los niños por su dentadura. Las púberes y adolescentes vírgenes eran más cotizadas y se las mantenía aparte. El peso mínimo para ser embarcado era de 60 kilos para los adultos.

Los veleros llegaban de Europa cargados con armas de segunda y baratijas con las que compraban los esclavos que después vendían en las plantaciones de café, algodón y caña de azúcar de América, el Caribe y las Antillas. Luego regresaban a Europa transportando estos productos. Esta triangulación comercial estuvo en el origen de la acumulación de capital que sustentó varios imperios.

El otro Holocausto

Según la información histórica, en esta isla murieron cerca de seis millones de esclavos mientras esperaban ser cargados en los veleros, y es probable que otros tantos hayan muerto en altamar.

Las aguas en torno a la isla estaban infestadas de tiburones, atraídos desde regiones lejanas por la abundancia de alimento. Las condiciones de salubridad eran deplorables al punto de que la peste que arrasó la Isla en 1799 se inició en una de estas “Casas de esclavos”.

En diversos puntos de la Isla se levantan monumentos que recuerdan la tragedia del esclavismo africano, donados por comunidades negras de diferentes regiones del mundo. La Isla de Gorée es también un santuario de la memoria de la humanidad, y particularmente de las comunidades de origen africano; sobre las paredes de la Casa de esclavos se pueden leer conmovedores mensajes dejados allí por sus miles de visitantes.

La puerta del demonio

Esta puerta, ubicada al fondo, entre las dos escaleras, era la última imagen de su tierra que veían los africanos traídos por la fuerza a América. Allí oró en 1994 el papa Juan Pablo II, pidiendo un tardío perdón al África por la activa participación de la iglesia católica en el tráfico de esclavos. En el ángulo superior izquierdo de esa abertura al océano, un modesto cartelito en papel dice: “Y aquí se abre el camino sin retorno, la puerta al infinito dolor”.

En Dakar, Carlos Amorín — 28 de diciembre de 2005

Hoy como ayer

Pasados 20 años de la publicación de este artículo, y 137 después de la abolición formal de la esclavitud en Brasil, miles de personas son rescatadas anualmente en ese país de condiciones de trabajo análogas a la esclavitud.

Como contraparte y explicación de que esto siga ocurriendo allí, las personas condenadas judicialmente por este delito no llegan al 1% de los acusados. La impunidad que la sociedad hegemónica brasileña le otorga a sus esclavistas modernos asegura la continuidad de los valores acuñados por una élite supremacista apenas disimulada.

El emblemático caso de Sonia Maria de Jesus, en Santa Catarina, aún mantenida bajo el techo de los esclavizadores por la justicia brasileña dos años después de haber sido “rescatada”, ilustra con honda crueldad la leyenda junto a la puerta de la Isla de Gorée: “Aquí se abre el camino sin retorno, la puerta al infinito dolor”.

De los más de 12 millones de seres humanos víctimas de la trata de esclavos, dos tercios no sobrevivieron. Pero nadie habla del “Holocausto africano”, silenciado por la mala conciencia de sociedades opulentas que hoy observan cómo se hunden en el mar las mismas pieles, los mismos pobres, los nuevos esclavizados por la miseria programada.