del infierno”

“No son de hoy, arrancaron un año atrás, con las enormes movilizaciones de junio de 2013, pero después no han parado y no van a cesar cuando termine la copa. Es lógico que con el torneo se intensifiquen y se hagan más visibles”, afirma el reconocido militante humanitario.
“Traen sus problemas, claro, como los gigantescos embotellamientos que está viviendo São Paulo por la paralización de tres de las cinco líneas del subterráneo (¡600 kilómetros de filas el viernes, algo invivible!), pero sería muy tonto quedarse en eso, limitarse a las quejas por los problemas que causan las huelgas y movilizaciones sin analizar por qué se producen”, apunta Jair.
Lo más grave, dice, no es la gente en la calle sino la represión de la policía.
Amnistía Internacional –cita Krischke– habló del recurso de los cuerpos de seguridad a una “estrategia del miedo”, y es precisamente eso lo que está pasando, afirma. “La policía, el ejército están por todos lados. Incluso los fusileros navales con sus tanquetas, como en Río de Janeiro. Efectivamente, da miedo”.
Entre junio de 2013 y comienzos de abril último alrededor de 20 personas murieron en hechos relacionados con las protestas, según datos de la asociación Justicia Global, y entre junio y diciembre del año pasado los detenidos en manifestaciones sumaron cerca de 1.700.
“Son cifras muy altas, inusualmente altas”, observa Krischke, “y que van a seguir aumentando tal como están las cosas”. La militarización de la sociedad es creciente. La pauta la actitud de las fuerzas de represión, pero también la del gobierno federal y la de la justicia.
Estados Unidos
“Es absolutamente inconstitucional, no puede haber órdenes de detención colectivas”, comentó Krischke.
Pero hay más. El Congreso tiene a estudio un proyecto de ley que define como “actos terroristas” los daños a bienes y servicios esenciales, cuya aplicación restringirá aún más el ejercicio del derecho a la protesta, mientras el Ministerio de Defensa otorgó poderes extraordinarios a los militares en una larga resolución en la que los movimientos sociales son mencionados como “las fuerzas oponentes”, una “terminología que recuerda a los tiempos oscuros de la dictadura”.
Hace un tiempo se supo, abunda Jair, que el ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, el general José Elito Sequeira, ordenó al Centro de Defensa Cibernética del Ejército realizar un monitoreo de las redes sociales, 24 horas sobre 24, para controlar las comunicaciones de los líderes más visibles de las movilizaciones callejeras.
José Carlos dos Santos, el responsable de ese Centro, llegó a admitir que había recurrido a las mismas metodologías utilizadas por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos, el organismo para el que trabajaba el ex analista de inteligencia Edward Snowden, refugiado desde hace un año en Rusia tras haber revelado la magnitud del espionaje ejercido por Washington en todo el mundo precisamente a través de la NSA.
“Otra vez estamos ante algo absolutamente anticonstitucional. La seguridad interna no es asunto de las Fuerzas Armadas y de sus órganos satélites sino de las policías. Es increíble que un general haya admitido que actuó como actuó y no le haya pasado nada”, protesta el presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos.
Una paradoja de la historia es que entre las víctimas de las operaciones de escucha de comunicaciones telefónicas y electrónicas de la NSA identificadas por Snowden estaba la presidenta de Brasil Dilma Rousseff.
“Dilma ha dejado escapar a los demonios. Les dio poder a los militares, se comprometió con ellos, y de esa manera abrió las puertas del infierno, y se sabe que una vez que los demonios salen del infierno es muy difícil que después retornen. Lo que ha hecho es sumamente peligroso”, se inquieta Jair.
“Invariablemente”, esas marchas terminan en actos de vandalismo. Los cometen militantes de grupos de extrema derecha, o gente pagada por ellos.
“Eso es bastante sabido, se han difundido algunas pruebas, pero ya se debería haber tomado medidas para que no pasaran más estas cosas.
También son bastante peligrosas, porque contribuyen a crear el clima necesario para criminalizar a los movimientos”, concluye Krischke.