“Nací en 1970, tenía 9 años cuando comenzó la guerra civil, la violencia que todos padecimos en El Salvador, y 10 años cuando asesinaron a monseñor Óscar Arnulfo Romero, el 24 de marzo de 1980”, comienza diciendo en tono bajo.
“Seis días después, fui a su funeral en la plaza de la Catedral. Mi papá me cargaba en sus hombros cuando comenzaron los primeros bombazos y disparos. Todo fue una gran confusión, pues no se sabía de dónde tiraban. La gente corría por todos lados, muchos intentaban ingresar a la Catedral. Recuerdo muy bien todo eso. Quedó el reguero de gente, zapatos, carteras y sombreros tirados en el suelo”.
Fue una época muy peligrosa aquella, en la que sólo por leer la Biblia uno era perseguido”, rememora Aída.
En 1993 una comisión de la ONU identificó a los oficiales responsables de las mayores atrocidades en El Salvador.
La mayoría fueron formados en la Escuela de las Américas, en Panamá. El instigador del asesinato de Arnulfo Romero fue el mayor Roberto D’Abuisson, graduado en la citada Escuela y reconocido como el mentor, junto a la CIA, de los escuadrones de la muerte.
El 30 de marzo de 1980, decenas de miles de personas se congregaron en la plaza de la Catedral. Se estima que 60 por ciento eran mujeres. Más de 40 fueron los muertos y unos 200 los heridos.
“La guerra marcó al país -continúa Aída-, nadie quedó libre de la violencia. Yo perdí a un hermano. Lo mataron porque el ejército dijo que era guerrillero, esa era la excusa que ponían para asesinar a cualquiera”.
“Fueron tiempos complicados y difíciles y de una violencia desmedida. A las mujeres las sacaban de sus casas, las violaban, les cortaban los senos y las desmembraban. Así actuaba el Ejército, si tenías un vínculo cualquiera con alguno que estuviese involucrado en la guerrilla eras blanco de todo tipo de violencia”.
Los que estaban en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) peleaban por una causa justa, para defendernos del atropello brutal que el pueblo sufría.
Lamentablemente desde que es gobierno, el FMLN parece haber olvidado la sangre derramada en ese tiempo y el porqué de esa lucha”.
Aída hace un alto. Una mueca fugaz parece decir tantas cosas y silenciar muchas otras. Lo trágico del ayer se activa con la frustración que deja el que pudo y poco hizo.
Volver al encuentro de monseñor Romero es el camino que ahora transita para salir del ahogo y romper el silencio.
“A monseñor Romero siempre lo tenemos presente. Fue un hombre que denunció la injusticia y no le importó poner en riesgo su vida. Lo amenazaron, le dijeron que tenía que dejar de hablar tanto y de ponerse del lado del pueblo, pero no se detuvo.
No se fue del país, no se paralizó, siguió con su prédica y su lucha, aunque sabía perfectamente que lo iban a matar. Continuó denunciando las injusticias que en ese momento se vivían y que todavía hoy padecemos, sobre todo las mujeres”.
Le pido una foto y ella se pone el delantal donde se lee: “¡Justicia e igualdad para las trabajadoras domésticas, ya! Su forma de decir que la lucha continúa a pesar de la orfandad política.
Foto: Gerardo Iglesias