Con las redes sociales como eje
Gonzalo Fuentes, histórico sindicalista de Comisiones Obreras de España en Hostelería y Turismo, escribe en esta nota* sobre los influencers y su incidencia en la producción de informaciones falsas y en la propagación de una ideología individualista.
Gonzalo Fuentes
2 | 7 | 2025

Imagen: revista El Observador
En la era de las redes sociales, han emergido con fuerza los llamados influencers, voces que se multiplican con eco entre las generaciones más jóvenes, muchas veces sin más credencial que su capacidad de generar contenido viral.
Algunos de estos perfiles, con miles de seguidores y una presencia constante en plataformas digitales, se permiten opinar y sentar cátedra sobre todo tipo de asuntos sociales, políticos y económicos, desde una superficialidad preocupante.
En muchos casos, estos influencers no contrastan la información que difunden. Propagan rumores o vierten opiniones personales que pretenden hacer pasar por verdades absolutas. Es un fenómeno alarmante: se genera una falsa autoridad sin rigor, sin contexto histórico y sin responsabilidad ética.
Es fácil detectar el patrón: discursos individualistas que exaltan el mérito personal como único motor del progreso, desdibujando cuando no negando directamente la importancia de lo colectivo.
Se presentan como referentes del pensamiento libre, pero muchas veces no hacen más que reproducir clichés neoliberales envueltos en estética moderna.
Desde esa plataforma, niegan que los derechos de los que hoy gozan, educación, sanidad, pensiones, igualdad, libertades sean fruto de décadas de lucha organizada.
Lo más alarmante no es su ignorancia, sino la influencia que ejercen. Que quienes nacieron con esos derechos ya garantizados desconozcan su origen es comprensible.
Que los desprecien o los trivialicen, es otra cosa. Y que, además, renieguen de quienes los conquistaron movimientos obreros, feministas, ecologistas, vecinales, sindicales y fuerzas políticas comprometidas, es, además de injusto, profundamente irresponsable.
A ello se suma un fenómeno aún más grave: la proliferación de cuentas anónimas que, sin dar la cara, difunden noticias falsas y bulos, confundiendo a una parte de la población incapaz de distinguir entre información veraz y manipulación.
Esta desinformación, muchas veces organizada y amplificada por grandes corporaciones tecnológicas, sirve a los intereses del neoliberalismo más salvaje y de una extrema derecha que se esconde tras una falsa defensa de la “libertad de expresión”.
Pero no todo vale. Mentir no es un derecho.
Nada de lo que hoy consideramos “normal” fue un regalo. Todo fue conquistado. Cada avance hacia la dignidad laboral, la igualdad de género, la justicia social o la democracia se logró mediante el esfuerzo colectivo: con huelgas, encierros, manifestaciones, represión, cárcel e incluso muerte. Invisibilizarlo es un acto de revisionismo histórico. Y también de ingratitud.
La historia no es una sucesión espontánea de avances. Es una batalla constante entre intereses contrapuestos. Y en esa batalla, las conquistas sociales solo han sido posibles gracias a la organización, la solidaridad y la memoria.
Por eso es necesario recordar que el individualismo no construye sociedades justas. Las transforma la acción común, la alianza entre iguales, la conciencia de clase.
Como dijo Marcelino Camacho, líder histórico de CCOO y referente del sindicalismo democrático: “Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”.
Una frase que sigue teniendo plena vigencia en estos tiempos de banalización histórica y desprecio hacia la lucha colectiva.
Frente a los discursos simplistas y desmemoriados, reivindiquemos el valor de lo común. Porque solo así se construye el futuro. Y se defiende el presente.