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Aunque se vista de seda… JBS se queda

El disfraz verde del gigante carnívoro

Carlos Amorín

6 | 11 | 2025


Foto: Gerardo Iglesias

JBS, el mayor frigorífico del mundo, vuelve a ocupar titulares por las razones negativas. Esta vez no por su expansión global ni por sus ganancias récord, sino por su engaño.

El pasado 3 de noviembre la fiscal general del estado de Nueva York, Letitia James, anunció un acuerdo mediante el cual la transnacional brasileña pagará 1,1 millones de dólares para resolver una demanda por publicidad ambiental engañosa. La acusación es contundente: JBS mintió deliberadamente sobre su supuesto compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

El talante pirata de JBS

La compañía había prometido alcanzar “emisiones netas cero” para 2040, una meta que promocionó en campañas publicitarias en Estados Unidos y Europa. Pero, según la investigación de la fiscalía, JBS nunca presentó un plan concreto, medible ni verificable para lograrlo. No existía hoja de ruta, ni control sobre su cadena de suministro, ni un solo compromiso serio frente a la deforestación en la Amazonia, donde gran parte de su ganado proviene de zonas de tala ilegal. En otras palabras, fue un ejercicio de “maquillaje verde”, el lavado verde de imagen con el que las grandes corporaciones intentan encubrir sus prácticas destructivas.

El reciente acuerdo con la fiscal de Nueva York obliga a JBS a revisar su marketing y publicar informes anuales sobre sus “progresos”. Pero la empresa, en su comunicado, fue rápida en aclarar que el pago “no implica admisión de irregularidades”. La vieja fórmula de admitir el daño sin reconocer la culpa. Pagar, corregir la fachada, seguir adelante.

Las sucias pezuñas de JBS

Sin embargo, el engaño ambiental no es la única mancha que “adorna” a la compañía. JBS carga también con un largo historial de prácticas antisindicales y violaciones laborales, desde Brasil hasta Estados Unidos. Recientemente, la transnacional fue denunciada ante el Ministerio de Trabajo y Empleo en Brasil, responsabilizándola como tomadora y beneficiaria de trabajo análogo a la esclavitud en su cadena productiva, después de una operación de Inspectores de Trabajo en una planta avícola que culminó con el rescate de 10 personas. La investigación fue bloqueada por el propio ministro de Trabajo a pedido de JBS, lo que motivó la amenaza de renuncia en masa de los Inspectores de Trabajo.

Y en el norte del continente, la historia se repite: organizaciones laborales han acusado a JBS USA de abusar de trabajadores inmigrantes, hostigar delegados sindicales y obstaculizar la organización obrera en sus plantas de procesamiento.

Ese desprecio por los derechos laborales es inseparable de su modelo económico. La lógica de JBS consiste en reducir costos, maximizar producción y expandir mercados, mientras los verdaderos costos ─humanos y ambientales─ se trasladan a los trabajadores, a las comunidades y al planeta. Cada kilo de carne barata que la empresa exporta lleva consigo una cadena invisible de deforestación, contaminación y explotación.

El acuerdo con Nueva York se produce apenas cinco meses después de su entrada en la Bolsa de Nueva York, en medio de la oposición de ambientalistas y de congresistas estadounidenses que denunciaron la falta de transparencia de la compañía. JBS necesitaba limpiar su imagen para calmar a los inversores. Y el pago de 1,1 millones de dólares, una suma irrisoria frente a sus ingresos multimillonarios, funciona más como inversión en reputación que como castigo.

Que sirva para algo

El dinero será destinado al Programa de Resiliencia y Salud del Suelo de la Universidad de Cornell, para promover prácticas agrícolas “climáticamente inteligentes”. Es un gesto simbólico, valioso pero insuficiente, frente a la magnitud de la mentira corporativa.

El caso JBS es, en el fondo, un espejo del capitalismo global contemporáneo: empresas que destruyen bosques y derechos laborales bajo el lema de la sostenibilidad. Hablan de “resiliencia” mientras debilitan a los trabajadores. Se presentan como aliadas del clima mientras alimentan el negocio más contaminante del planeta.

JBS no engañó sólo a los consumidores de Nueva York. Engaña al mundo entero cuando se disfraza de empresa verde mientras su huella ambiental y social se expande sobre territorios y cuerpos. Paga multas, pero no cambia su modelo. Limpia su marca, pero no su conciencia.

El gigante cárnico sigue avanzando ─devorando bosques y derechos─, mientras nos dice, con sonrisa de marketing. Esta vez, por lo menos, aunque poco, tuvo que pagar.