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Caravanas y migración

El suplicio que no para

Es como tratar de detener el caudal de un río con las manos. La migración a través de Centroamérica y México hacia Estados Unidos continúa imparable. La Rel recogió el testimonio de una salvadoreña que forma parte de una de las tantas caravanas de hombres, mujeres y niños que intentan escapar a la miseria y la violencia.

Gilberto García


Imagen: Carton Club

La agencia Efe señaló el 23 de octubre que una nueva caravana migrante integrada por cerca 6 mil personas provenientes en su mayoría de Honduras, pero también de Haití, Guatemala, El Salvador, partía de Tapachula, México, a unos kilómetros de la frontera de Guatemala.

El 4 de noviembre la agencia española dio cuenta de enfrentamientos con la Guardia Nacional mexicana en Pijijiapan, Chiapas.

A diferencia de caravanas anteriores, había en estos contingentes personas provenientes de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Los voceros de los migrantes anunciaron el 9 de noviembre que ya no buscarán llegar a Ciudad de México. La bordearán por los estados de Oaxaca y Veracruz, en vistas de alcanzar de manera más directa a la frontera con Estados Unidos.

De un aproximado de 3.000 kilómetros que separan la frontera sur con la norte, los migrantes han avanzado apenas unos 700, y tras 18 días de caminatas, solo un poco más de mil continúan juntos.

La mayoría se ha dispersado por el vasto territorio mexicano para buscar sus propias rutas.

No es casual que en diferentes estados del sur y centro del país empiece a ser común ver por estos días grupos pequeños de migrantes un tanto desorientados intentando llegar al norte.

De todas partes llegan

También esta problemática parece estar entrando en una nueva normalidad tras la pandemia de Covid 19. Desde febrero y marzo se concentraron en la frontera norte personas que habían quedado atrapadas tras los cierres y cuarentenas del año pasado.

Una sindicalista salvadoreña, ex trabajadora de una maquila textil que prefirió el anonimato e identificaremos como Mónica, compartió con La Rel sus vivencias a lo largo del camino.

Mónica estuvo en Reynosa, Tamaulipas, entre el 1 de julio y el 1 de agosto, en el campamento conocido como Las Américas, una de las principales concentraciones de migrantes en la frontera con Estados Unidos.

“Hay cerca de unas 3.000 personas allá. La mitad son hondureñas, pero hay gente de toda Centroamérica, y hasta de México, que han llegado de los estados del sur y esperan ahí a ver si hay oportunidad de pasar”, dice.

Ella llegó con su hijo de siete años. En la frontera al niño le dijeron que solo estaban aceptando menores de seis. Mónica decidió esperar, hacer otras gestiones y no regresar a El Salvador, que era lo que le ofrecían las autoridades mexicanas”.

Dice que abogados y voluntarios de organizaciones de Estados Unidos cruzan la frontera cada día y entrevistan a las personas para analizar los casos, a ver si pueden presentarlos ante las autoridades. Dan prioridad a quienes llevan niños.

Esta mujer salvadoreña recibió la ayuda de la organización HIAS (Hebrew Immigrant Aid Society), cuyos abogados la apoyaron para tramitar su pase en la frontera y la orientaron para iniciar un proceso legal en el estado de Maryland, luego de encontrar elementos suficientes para sustentar su caso y el de su hijo.

“En el campamento recibíamos donaciones de organizaciones de México y Estados Unidos: alimentos, ropa, cobijas… Pero no alcanzaba, pues a diario entran entre 40 a 50 personas. Por eso a muchas sus familiares les mandaban dinero”, relata.

Las mafias tan temidas

“Alrededor del campamento no es aconsejable salir. Nos merodeaba no solo la policía, que no hacía nada para protegernos e incluso comete abusos, sino también el crimen organizado, una mafia que trafica personas y drogas. Ese es el gran peligro”.

Si uno cae en manos de esa mafia, la familia de Estados Unidos o México tiene que pagar grandes cantidades de dinero como rescate.

“Conocí muchos casos de personas que pasaron o estaban pasando por esa situación”, dice Mónica, y cuenta que por las noches los migrantes se organizaban por sector y montaban guardia en el Parque de las Américas.

“Ahora, después de vivir un verdadero infierno, estamos en medio de un procedimiento legal con mi hijo. Espero que logremos documentos, porque aquí hay mucha discriminación en el empleo”.

Es lo más común que al migrante indocumentado los empresarios le paguen menos.

“Nos toca pasar la página e intentar dejar atrás esos terribles recuerdos de los días tan duros en el camino”, se despide Mónica.