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Plásticos y enfermedad

Crónica de una civilización autoinmune

Carlos Amorín

21 | 7 | 2025


Foto: Gerardo Iglesias

Hay épocas históricas que se nombran por sus materiales: la Edad de Piedra, de Bronce, de Hierro. Hoy vivimos la Edad de Plástico. No solo por la omnipresencia de ese material en cada rincón de la vida cotidiana, sino porque, como afirma un reciente informe del Science and Enviromental Health Network (SEHN) de Estados Unidos, hemos transformado radicalmente nuestra relación con el planeta al punto de dejar una huella plástica en los estratos geológicos.

Al período actual lo llamamos Antropoceno, pero quizás deberíamos llamarlo “Plastilina”, una Era en la cual las sobras de nuestra “modernidad” se infiltran en la tierra, en el agua, en el aire y en nuestros propios cuerpos.

El plástico, símbolo del progreso del siglo XX, se ha convertido en uno de los más insidiosos agentes de enfermedad del siglo XXI. No sólo porque sea visible –las bolsas en el océano, los envases que cubren playas o los vertederos que crecen como ciudades– sino porque además se ha vuelto microscópico, invisible, ineludible. Los microplásticos y nanoplásticos (MNP) están ya dentro de nuestros pulmones, nuestros intestinos, nuestra sangre, incluso en la placenta humana. Y con ellos viajan miles de sustancias químicas, muchas de ellas tóxicas, algunas cancerígenas, otras disruptoras del sistema hormonal, reproductivo, inmunológico.

Conviviendo con el enemigo

La magnitud del problema es abrumadora. El plástico no solo no desaparece, sino que se fragmenta infinitamente infiltrándose como polvo tóxico en el ciclo de la vida. Ya no es exageración decir que comemos plástico, respiramos plástico, parimos plástico. Y, lo que es aún más alarmante: nadie sabe con certeza cuánto daño está haciendo. No porque no existan indicios. Los hay, y son contundentes.

Estudios en animales y humanos asocian la exposición a MNP con obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares, problemas reproductivos, inflamación crónica, cáncer de colon y mama. Pero la ciencia, empantanada en la complejidad química del fenómeno y en sus propios protocolos a menudo sin sentido común, todavía no puede decir exactamente cuánto plástico basta para enfermarse. Y sin “certezas cuantificables”, la maquinaria del poder económico se siente libre de seguir produciendo.

¿Es necesario esperar pruebas irrefutables de daño masivo para actuar? ¿O basta con la evidencia existente, como en el caso del amianto, el plomo o los PCB, para aplicar el principio de precaución?

Ted Schettler, director científico del SEHN no duda: ya hemos perdido esa oportunidad. La contaminación ya es global, persistente y creciente. La producción de plástico se duplicará o triplicará para 2050. El reciclaje, mientras tanto, es una ilusión: menos del 10% del plástico global es efectivamente reciclado. Y aún ese proceso genera más microplásticos. El mito del reciclaje sirvió durante décadas para adormecer conciencias, garantizar ganancias y esquivar responsabilidades.

Hijos de P…etróleo

El negocio del plástico está profundamente entrelazado con la industria petroquímica. Son, en buena medida, los mismos actores. Y estos actores tienen nombres, países, gobiernos. No por casualidad la reciente cumbre de la ONU en Corea del Sur fracasó en su intento de establecer un tratado vinculante para frenar la contaminación plástica.

Entre los países de “alta ambición”, que quieren limitar la producción, y los de “baja ambición”, que prefieren seguir vendiendo la fantasía del reciclaje, ganaron los intereses del petroestado. La próxima reunión, en agosto de 2025 en Ginebra, será una nueva oportunidad para comprobar si la humanidad elige la vida… o los dividendos.

Pero no todo es parálisis. Hay intentos, algunos locales, otros regionales, por contener el desastre. La Unión Europea impuso límites al desgaste de neumáticos, uno de los mayores emisores de microplásticos. Varios países han prohibido los microplásticos añadidos a cosméticos.

Algunos estados de Estados Unidos promueven leyes de Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP), obligando a las empresas a hacerse cargo de sus productos al final de su vida útil. Son pasos en la dirección correcta, pero totalmente insuficientes ante un problema sistémico.

Porque esto no se resuelve con consumidores más conscientes, ni con campañas de separación de residuos. Se necesita una transformación estructural: rediseñar materiales, eliminar aditivos tóxicos, reducir drásticamente los plásticos de un solo uso, y disminuir la producción global de plástico. Todo lo demás es cosmética ecológica. Es greenwashing.

Aunque la vistan de seda

Las nuevas etiquetas también confunden más que aclaran. “Bioplástico” no significa biodegradable ni inocuo. “Compostable” solo lo es bajo condiciones industriales muy específicas. La mayoría de los productos así etiquetados terminan fragmentándose igual, convirtiéndose en nuevas fuentes de microplásticos. Europa y California ya restringen el uso engañoso de estos términos. Es urgente que más países hagan lo mismo.

En el fondo, lo que está en juego es un modelo de desarrollo que prioriza la rentabilidad a corto plazo por encima de la salud colectiva. No es casual que enfermedades como la obesidad, el cáncer temprano, la infertilidad o los trastornos del neurodesarrollo estén en aumento. La ciencia aún no puede ( o no quiere) establecer una causalidad absoluta, pero los patrones poblacionales son elocuentes. Y como ya lo advirtió René Dubos en 1961: “Cada civilización crea sus propias enfermedades”. La nuestra ha creado las suyas con plástico.

Frente a este diagnóstico, la pregunta es política, no técnica: ¿tenemos la voluntad de actuar? ¿O seguiremos sacrificando seres humanos y ecosistemas en nombre del confort y el consumo desechable? La “era Plastilina” no es solo una categoría geológica. Es una advertencia. Y también un espejo.