El odio no muere, sólo duerme
Carlos Amorín
28 | 3 | 2025

Foto: santacruz.gob.ar
La ultraderecha argentina derribó el monumento recordatorio dedicado al periodista, escritor, historiador e investigador Osvaldo Bayer, y al pronunciar su nombre sé que miles y miles de luchadores, trabajadores, estudiantes, intelectuales de toda América Latina se ponen de pie para saludar y reafirmar la vigencia del trabajo y el pensamiento de Bayer, y también para condenar con asco y rabia el oprobioso intento de destruir la memoria y la verdad.
El pasado 25 de marzo, al día siguiente de la gigantesca manifestación que recordó en Buenos Aires el Día de la Memoria por los 49 años del golpe de Estado de 1976, que liberó el desenfreno genocida de los militares argentinos, una retroexcavadora enviada por una repartición oficial del gobierno de Javier Milei llamada Vialidad Nacional, destruyó el monumento-homenaje al escritor de “Los vengadores de la Patagonia Trágica”, en el que se basó la archifamosa película La Patagonia Rebelde.
104 años después de los hechos que investigó y reveló Bayer entorno a la llamada “Huelga Patagónica”, una de las primeras huelgas rurales de Argentina y probablemente también de Latinoamérica, en cuya represión fueron asesinados 1.500 trabajadores rurales —la mayor parte anarquistas italianos y españoles emigrados—, la ultraderecha, a falta de poder exterminarlo por dejar expuesta la masacre, lo mató simbólicamente.
La represión en la Patagonia contra los trabajadores rurales fue ordenada por el primer presidente electo en Argentina por voto popular, el radical Hipólito Yrigoyen.
Coincidentemente, en estos meses el gobierno de Milei, también elegido por una mayoría de argentinos, se ha dedicado a demoler, a destruir con su motosierra todos los derechos sociales adquiridos por los argentinos en décadas de lucha y sufrimiento, derechos que costaron vidas humanas y que ahora se pretenden borrar a golpes de decretos y leyes aprobadas por mayorías de oportunidad y precios variables.
Milei, y la cohorte fascista agazapada detrás de su figura, también trabaja afanosamente en la llamada “guerra cultural”, una guerra llevada a golpe de mentiras, amenazas, palos, gases lacrimógenos y, en este caso, retroexcavadoras.
Lo más parecido que se puede encontrar a esta operación desgüace es la apropiación de niñas y niños de militantes políticos durante la dictadura con la intención de borrar le existencia de sus padres y sus ideas. Querían criar personas capaces de, un día, ocupar el lugar de los asesinos.
Un delirio ajustado al mundo distópico que imaginaban las mentes fascistas de las Juntas Militares argentinas. Un mundo en el que fue posible asesinar a 30 mil personas como a aquellos 1.500 peones rurales erguidos por primera vez en huelga ante sus patrones de cuello duro, habitantes de Buenos Aires y Londres, muchos de los cuales no conocían sus campos ni en fotos.
Osvaldo Bayer no precisaba un monumento para ser reconocido, recordado, estudiado, el monumento lo precisaba la sociedad argentina para recordarse los hechos que él reveló, para mirarlo al pasar por la ruta a cuya vera se levantaba su efigie en hierro y decirse: nunca más masacres, nunca más olvidos, nunca más historia sin los “naides”.
En la Rel UITA aún recordamos con enorme cariño su inolvidable presencia en nuestra 13ª. Conferencia Regional celebrada en 2006 en la República Dominicana¹. Para cerrar el evento, Bayer leyó tramos de sus obras y el cantautor Sergio Castro interpretó parte de su “Cantata La Patagonia de Fuego”, con base en La Patagonia Rebelde.
Al final de la entrevista que nos concedió entonces, Bayer recordó el fin que tuvo el comandante de la masacre de 1904, el teniente coronel Varela: “Los anarquistas no eran nenes de pecho, y por haber fusilado a 1.500 compañeros aplicaron con él el ‘derecho de matar al tirano’.
El anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens le arrojaría una bomba a Varela y después le dispararía seis balazos que determinarían su muerte. Ese fue el fin del teniente coronel Varela, y Wilckens siempre pasó como un gran héroe del movimiento obrero, porque utilizó esa ley no escrita, pero respetada: ‘el derecho de matar al tirano’.
Cuando en un país no hay justicia, el pueblo tiene derecho a hacer justicia con sus propias manos”, dijo Bayer.