-Cuéntanos tu historia…
-Tenía 21 años cuando vine a San José, casi huyendo para que mi abuela no sufriera por mi condición de lesbiana. Tú sabes que ellas siempre preguntan a las personas más allegadas: “¿pero es que a Luisa le gustan las mujeres?”. ¿Pero que Luisa aquí y Luisa allá? “Yo nunca voy a aceptar eso”, solía decir.
Ella quería darme una paliza “para que se me quitara ‘eso’”. Estaba convencida de que tenía el demonio dentro… (sonrisas).
Me di cuenta de que me gustaban las mujeres desde la escuela, aunque en un principio me negué a aceptarlo porque sentía que no iba a poder con la condena social, sobre todo la de mi familia.
Mantuve incluso una relación heterosexual, pero no pude seguir con eso.
No fue fácil asumir mi sexualidad ante mi abuela, la única persona que a mí me importaba que me aceptara. Para no confrontar me vine a la capital.
-¿Y luego qué pasó?
-Resulta que mi abuela se fue a Estados Unidos donde vive su hijo. Ella se fue mal conmigo, pero mi tío ayudó. “Mira mamá: mi jefe es gay, tengo amigos gays, y no hay nada de malo en eso, ¿cómo no vas a aceptar a Luisa si estás con ella desde siempre?”. Eso le decía el tío, y parece que la “terapió”.
Cuando la abuela regresó me llamó.
─Venga, que yo quiero hablar con usted…
─No, porque usted me va a pegar -respondí.
Al final fui a Limón.
─Vea -me dijo-, usted tiene que entender que para mí es muy duro esto. Yo siempre la soñé con un marido, hijos, que sería normal…
─Pero mami, usted me crió, yo la quiero mucho, no tengo la culpa de ser como soy…
Ese día mi abuela lloró como un niñito, pero a partir de entonces -no lo va a creer-, me aceptó de una manera que cuando conoció a mi pareja de la época compartió mucho tiempo con ella, y asumió ante mí lo equivocado de su postura.
Tanto es así que muchas veces yo llegaba a la casa del trabajo y ella andaba con mi pareja de paseo.
Por eso estoy muy animada de participar de esa reunión de la UITA en Europa y poder hablar con iguales, sin miedo, porque oiga, yo voy a hablar allí, no me voy a quedar callada, porque nosotros somos muy discriminados.
-¿Se sufre…?
-Mucho. Es muy duro ser discriminado por ser gay o por ser lesbiana.
En el hospital de Limón hay muchos empleados que son gays y son marginados, aunque también se les reconoce sus virtudes. Yo tengo una tía que trabaja allí y ella me dijo:
─En el departamento de cocina entró un montón de palomitas…
─Y por qué usted habla así… -reproché.
─Bueno, escuche, ustedes los que son así son muy dedicados para trabajar, le ponen amor a la tarea. La cocina ha cambiado totalmente, pa’ que vea…
-Además de ese primer rechazo familiar que afortunadamente tuvo un final feliz, ¿cómo es ser LGBT en Costa Rica?
-Todavía seguimos siendo muy discriminados en muchos ámbitos, sobre todo en el laboral.
Sería bueno poder entrar en empresas como Chiquita o Dole para dar visibilidad a este tipo de situación, porque el machismo todavía arrecia y la discriminación golpea en Costa Rica.
En este país todavía estamos en las antípodas en cuanto a derechos de las personas LGBT.
-¿En el trabajo te sientes discriminada?
-Se sufre bastante, sobre todo porque me desempeño en un sector netamente masculinizado.
Hay mucho machismo que se manifiesta más que nada en el acoso cotidiano. Me dicen cosas, y cuando les advierto que no me gustan los hombres, hay muchos que reaccionan mal y entonces arremeten con más agravios y cochinadas.
-¿Y en el sindicato?
-Ahí hay mucha comprensión y respaldo. Maikol (Hernández), el secretario general del sindicato, siempre me dijo que si alguien me faltaba el respeto que se lo informara. No para protegerme, porque me sé cuidar sola, sino para trabajar el tema con esa persona.
Me siento incluida, y estoy muy agradecida por eso.
En San José, Gerardo Iglesias