Con Natalia Pesce
Amalia Antúnez y Gerardo Iglesias
19 | 8 | 2025

Natalia Pesce y Gerardo Iglesias | Foto: Jaqueline Leite
A orillas del río Uruguay, entre árboles quietos y galpones silenciosos, el pueblo de Casa Blanca parece detenido en el tiempo. Está ubicado a 17 kilómetros de Paysandú, y sus calles tranquilas, de apenas 400 habitantes, conservan el eco de un pasado que fue próspero. Fue en el siglo XIX, cuando los saladeros impulsaron la economía de esta región, que nació este enclave industrial y obrero. De aquella etapa saladeril persiste una huella indeleble: el frigorífico Casa Blanca, antiguo Frigorífico Nacional.
Sus casas —muchas de ellas construidas por el antiguo Frigorífico Nacional— alojan a generaciones de trabajadores y trabajadoras. Algunos ya jubilados, otros con casi toda su vida productiva invertida entre cuchillos, frío y carne.
Pero hoy el panorama es distinto. Desde la caída de FRICASA (Frigorífico Casa Blanca S.A.), ligado a la estafa millonaria de Conexión Ganadera*, cientos de trabajadores y trabajadoras enfrentan la incertidumbre diaria: empleo discontinuo, subsidios demorados, promesas que llegan, pero no se concretan.
En este contexto, conversamos con Natalia Pesce, trabajadora del frigorífico, integrante de la Asociación de Obreros y Empleados de Fricasa (ALOEF) y querida compañera del Comité Latinoamericano de Mujeres de la UITA (Clamu), que resume con crudeza y claridad lo que atraviesan muchas familias en Casa Blanca.
—¿Cuántos años hace que trabajás en el frigorífico?
—Hace 19 años.
—El pueblo nació en ancas de la planta frigorífica…
—Sí, efectivamente. Antes esto era el Frigorífico Nacional. Hay muchos pobladores que son jubilados del frigorífico. Estas casas que ves fueron construidas por el Nacional.
—¿Cuál es la situación ahora?
—Tuvimos recientemente una reunión con la empresa, donde nos dijeron que existe la posibilidad de repuntar las tareas en octubre, porque hay un interesado en usar la planta para faenar unos 10.000 animales. Lo que se llama contrato a fasón.
—¿El frigorífico está abierto actualmente? ¿Cuánta gente está trabajando?
—Sí, está funcionando. Hay unos 170 compañeros trabajando, dependiendo de la demanda de faenas semanales.
—En tu caso, ¿cuánto hace que no trabajas?
—Desde febrero estoy en el seguro. Trabajo en el sector de menudencias.
—Han tenido problemas con este subsidio también…
—Sí, estamos esperando que nos firmen la extensión. Dejamos de cobrar el 16 de junio y hasta ahora (fecha de la entrevista) seguimos esperando. Mientras me la rebusco cortando leña.
—Muchas mujeres en el frigorífico, ¿verdad?
—Sí. No tengo el número exacto, pero hay alrededor de 100 compañeras. Muchas trabajamos en menudencias, desosado o en empaque. Somos varias mujeres.
—¿Cómo viven el día a día, luego de lo que pasó con FRICASA?
—Es tremendo. La mayoría dependemos del frigorífico. Hay familias enteras dentro de la plantilla, con niños chicos que este mes no tenemos ningún ingreso asegurado. Esa situación es dramática. En julio cobramos solo la mitad del seguro y en agosto no hay fecha de cobro. No hay nada hasta ahora. Estamos esperando que se firme una extensión del subsidio por desempleo.
FRICASA llegó a emplear a más de 400 trabajadores y trabajadoras. Hoy, gran parte de ellos están en seguro de paro o sin ingreso. La historia de Natalia es la de muchos en Casa Blanca: una vida entera ligada al frigorífico, con pocas o ninguna alternativa laboral.
“Yo tengo 38 años y 19 de frigorífico. No sé hacer otra cosa”, dice.