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El viernes 20 las hijas de un represor se harán presentes en la marcha por verdad y justicia

Quiebre en la familia militar

Estarán en la Marcha del Silencio de este viernes 20 por “Verdad y justicia” y serán la gran novedad “institucional” de esta manifestación anual que volverá a recorrer el centro de Montevideo tras la pandemia. Se trata de dos hijas de un militar de la dictadura que impulsan la formación de la filial uruguaya de “Historias desobedientes”, un colectivo de familiares de genocidas que han roto con esa herencia.

Daniel Gatti

20 | 05 | 2022


Foto: Lucía Iglesias

Ana Laura e Irma Gutiérrez son dos hermanas treintañeras hijas de Armando Gutiérrez Bentancourt, un sargento que durante la dictadura operó en el Servicio de Material y Armamento, una dependencia del ejército en Montevideo donde funcionó un centro clandestino de detención conocido en la jerga militar como “300 Carlos” y al que los presos que pasaron por allí llamaron Infierno Grande.

En ese predio, donde entre 1975 y 1977 alrededor de 500 personas fueron secuestradas y torturadas, fueron encontrados años atrás los cuerpos de dos desaparecidos. Actualmente se están buscando otros.

Irma Gutiérrez recuerda que cuando tenía unos seis años, “en una fiesta de Reyes o algo así” que los militares organizaban para sus hijos, su padre le dijo a un colega, señalando hacia un sitio preciso: “por ahí están los huesitos”.

A Irma, que hoy tiene 37 años, esa frase le quedó grabada pero tomó todo su sentido mucho tiempo después, hasta que junto a su hermana Ana Laura, un año menor, fueron “atando cabos y haciendo un proceso doloroso” que las llevó a “lo de hoy”.

“Lo de hoy” es haberse decidido sumar a un colectivo formado en Buenos Aires en 2017 que en principio reunió a hijos y sobre todo hijas de militares que habían decidido “cortar” con lo que debía ser su historia “natural”, según dijo Analía Kalinek, hija de un alto oficial de la dictadura argentina responsable de infinidad de atrocidades.

Analía estuvo entre los fundadores de “Historias desobedientes con faltas de ortografía”, que hoy agrupa también a nietos y nietas, sobrinas y sobrinos de represores y que ha encontrado réplicas en Chile, Brasil, Paraguay y ahora Uruguay.

“Por ahora aquí somos nosotras dos, pero sabemos que hay otra gente que puede dar el paso, y hay un uruguayo en el grupo de Chile y otro que vive en Francia”, dice Ana Laura.

Violencias

Su bautismo público oficial en Montevideo como “Historias desobedientes Uruguay” lo harán este 20 de mayo, al igual que el bautismo público del grupo madre de Argentina se hizo en otra marcha, la del “Ni una menos”, de denuncia de la violencia de género, en 2018.

Porque a menudo en la vida de los (sobre todo las) integrantes de Historias Desobedientes hay experiencias terribles de violencia de género, protagonizadas por padres que “trasladaban al interior de su casa la violencia que ejercían fuera y golpeaban a sus parejas, a sus hijos”, según dice Analía Kalinek.

Las hermanas Gutiérrez estuvieron en Buenos Aires el 24 de marzo pasado, desfilando en la marcha que recuerda todos los años el aniversario del último golpe de Estado en Argentina. Y luego participaron en un encuentro internacional de desobedientes de la región.

“Las dos pasamos por terapias, en distintos momentos”, dice Ana Laura.

“A mí la terapeuta me incitó a saber cuál era mi camino, no necesariamente a ‘hablar’. Lo que me convenció de hablar fue el ingreso al colectivo, ver que hay otra gente que está parada en lo mismo que una. Y darse cuenta de que la única forma en que esto se conozca es hablarlo”.

Dice también que ellas se sienten responsables de no haber logrado “sacarle nada a su padre” sobre la suerte de los desaparecidos. El sargento Gutiérrez murió en 2019 sin haber hablado jamás sobre lo que había hecho y visto hacer, fiel al pacto de silencio sellado entre sus camaradas.

Decir

Hasta el fin creía que “estaba bien haber matado comunistas y tupamaros y que había que haber matado más”, cuenta su hija menor.

En sus últimos días deliraba y en medio de pesadillas gritaba que lo estaban persiguiendo y que querían torturarlo.

“Esos delirios de nuestro padre nos confirmaron que había hecho cosas horribles. Yo lo cuidaba, pero también le decía: ‘te recontra merecés soñar con eso, estás pagando en vida, papá”, dice Ana Laura.

Irma piensa que lograr que algún represor quiebre y cuente, o sus parientes, es “fundamental para que las cosas no se repitan”.

“Cuanto menos se diga, cuanto menos se cuente, menos se sabrá cómo detenerlos si reaparecen, ellos o los que los defienden. Porque acá hubo todo un aparato de Estado que los cubrió y que está bastante intocado”, afirma.

A Ana Laura le parece que no es ineluctable que no se llegue a conocer la verdad y a castigar a quienes todavía es posible castigar o al menos que queden escrachados.

La consigna de la marcha de este viernes es particularmente pertinente: “¿Dónde están? La verdad sigue secuestrada. Es responsabilidad del Estado”.

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