Venezuela | SOCIEDAD | ANÁLISIS

Separar la paja del trigo

En la historia los campesinos se las ingeniaban para hacer todas las labores del campo de forma manual. Cuando obtenían la cosecha, una de las tareas consistía en aventar los granos, echarlos al viento, para separarlos de la paja.

El aire, el viento suave, tiene esa capacidad de llevarse lo más liviano y dejar caer el grano.

En el pensamiento, el análisis y la crítica rigurosa juegan el mismo papel que el viento suave: nos permite separar las ideas que creemos erróneas y, sobre todo, nos evita confusiones que suelen ser fruto de intereses mezquinos.

En Venezuela creo que es necesaria una operación similar: pararse firmemente en la defensa de la soberanía nacional, ese principio que dice que las fronteras de una nación no deben nunca ser vulneradas, más allá del régimen que impere en su interior.

Estados Unidos ha sido el país que más ha violado este principio, con decenas de invasiones en el mundo, en particular en América Latina, pero también con la intervención descarada en los asuntos internos, apoyando golpes de Estado, desestabilizando gobiernos que le resultaban incómodos y un sinfín de formas abiertas o sutiles de intromisión en los asuntos internos de otros países.

La grosera intervención del gobierno de Donald Trump al apoyar al autoproclamado Juan Guaidó como presidente legítimo es una intromisión inaceptable que promueve la invasión con la excusa de la “ayuda humanitaria”.

El plan para derrocar a Nicolás Maduro pergeñado entre Estados Unidos, Colombia y Brasil para el 23 de febrero, fracasó porque dependía de que los militares depusieran al presidente o, en su defecto, que hubiera una contundente insurrección popular contra el régimen.

No sucedió ninguna de las dos cosas y ahora están preparando un plan más lento pero probablemente más cruel: la asfixia económica lenta del régimen bolivariano.

Por cierto, ese proceso comenzó tiempo atrás con la caída de los precios del petróleo (único rubro de exportación del país) y la tremenda crisis de la petrolera PDVSA, que consigue extraer apenas un tercio de lo que fueron sus niveles históricos.

El futuro es muy complejo para el país, y todo indica que este año el nivel de vida de la población seguirá descendiendo.

Como recuerda el periodista Ociel Alí López, los venezolanos pasaron de tener el sueldo mínimo más elevado de la región al más bajo, incluso inferior al de Haití” (El Salto, 2 de marzo de 2019).

Pero la situación de la población no es tan grave como lo fue, por ejemplo en 2016 y 2017, cuando el abastecimiento mínimo y demandaba hacer largas colas que podían insumir un día completo para comprar harina y otros productos básicos.

Ahora hay alimentos en los supermercados, aunque a precios prohibitivos, mientras la distribución de comida por el sistema CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción) es insuficiente pero asegura unos mínimos. De modo que la excusa de la ayuda humanitaria es apenas una forma de encubrir un golpe de Estado o una invasión.

La segunda cuestión es que si bien debemos rechazar cualquier intervención en Venezuela, eso no quiere decir que apoyemos al régimen.

Para algunos se trata de una dictadura, para otros de un gobierno popular y revolucionario. Para otros, como el ex viceministro chavista Roland Denis, se vive un enfrentamiento entre mafias, como juzga a los seguidores de Guaidó y a los de Maduro (Aporrea, 16 de febrero de 2019).

Un proceso de cierre autoritario

Quienes defienden que se trata de una dictadura, como el Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (PROVEA), recuerdan la evolución electoral y legal del proceso político.

Hugo Chávez fue electo para un tercer mandato en octubre de 2012 con el 55 por ciento de los votos, frente al 44 de su principal contrincante de la oposición.

En abril de 2013, ya desaparecido Chávez, Maduro gana con apenas el 1,5 por ciento sobre el candidato opositor. En las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, la oposición gana con el 65 por ciento de los votos frente al 33 del oficialismo, y se hace con 109 de los 167 escaños.

A partir de ahí comienza un proceso de cierre autoritario del régimen. Ese mismo mes, la directiva saliente del parlamento nombra de forma inconstitucional 13 magistrados titulares y 21 suplentes en el Tribunal Supremo de Justicia, modificando su integración a favor del gobierno.

En mayo de 2016 se emite un decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica, y en octubre se suspenden procesos electorales de forma indefinida y se impide a la oposición la realización de un referendo revocatorio para el que había recolectado las firmas suficientes.

Denis, por su parte, no se centra en los aspectos legales sino en los políticos, y considera al madurismo como una traición del legado de Chávez.

En su opinión, estamos ante un proceso en el cual “generales y oficiales que han sido parte de la gran mafia contrabandista y narcotraficante que ha tenido prácticamente todo el poder del Estado” están dispuestos a negociar con el vencedor, sea quien sea (Aporrea, 22 de febrero de 2019).

Un régimen que se sostiene por los militares y los “colectivos” paramilitares que atacan a quienes se movilizan contra el gobierno, no puede ser nunca un régimen popular. Mucho menos “socialista”.

Escenario de puja

La situación es grave y se imponen esfuerzos para frenar la guerra, como los que realizan los gobiernos de México y Uruguay.

Pero no debemos olvidar que Venezuela es teatro de una puja entre superpotencias: Estados Unidos por un lado, Rusia y China por otro. Ninguna de ellas apoya a los de abajo, sino sus propios y mezquinos intereses.

La coyuntura venezolana tiene una enorme virtud, pese al inmenso dolor que se acumula abajo: desnuda quién es quién.

El imperio y los gobiernos de Brasil y Colombia, con su apuesta intervencionista, muestran que lo único que les importa es el petróleo y el control del Caribe, el mar estratégico para mantener la dominación del Pentágono sobre esta parte del planeta.

El régimen madurista, apoyado en los militares, nos dice que sólo le interesa mantenerse en el poder, más allá de cualquier otra consideración y de los discursos mentirosos sobre el pueblo y el socialismo.

Unos cuantos intelectuales de izquierda apoyan al madurismo, como apoyaron a los gobiernos progresistas sin la menor autocrítica.

Ni unos ni otros se hacen eco de la matanza de cuatro indígenas pemón el mismo día que la derecha intentaba introducir su ayuda humanitaria, a manos de la Guardia Nacional y las fuerzas armadas, en lo que debe considerarse un crimen de Estado.

Mirar hacia arriba es el peor camino cuando estamos ante una crisis del tamaño de la que vive el sistema capitalista, pero también el pensamiento crítico.

Miremos en horizontal, entre las y los de abajo, y encontremos entre nosotros la fuerza y los caminos para salir adelante, con nuestras propias fuerzas.

 


Raúl Zibechi- Especial para Rel UITA