Integrante del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República y coordinador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), el científico es un activo denunciante de la invasión transgénica en los campos mexicanos, donde las plantas modificadas de maíz y algodón vienen suplantando a pasos agigantados a la producción tradicional, con beneficios más que dudosos.
“En el caso del maíz es evidente que perdemos soberanía alimentaria si no usamos la diversidad genética. Los maíces transgénicos no producen un kilo más por hectárea que las especies que existen en el país.
La ganancia que pudieran representar es que no se usan insecticidas o se reduce su cantidad, pero para el campesinado mexicano, para el 80 por ciento del área de producción del grano, estas cosas no sirven para nada”, dijo durante una conferencia, el fin de semana pasado y fue publicado en La Jornada.
En México, como en la enorme mayoría de los países, no se discute cómo se asegurará el aprovisionamiento de alimentos en los próximos tiempos y qué tipo de alimentos se consumirá.
“A las empresas no les importa esto, sólo les importan sus ganancias”, a pesar de toda la retórica altruista que manejan, pero los estados sí deberían discutirlo, cosa que no hacen”, afirmó Sarukhán, que en 1990 fue ganador del premio Nacional de Ciencias y Artes.
En los países periféricos no sólo no discuten esos temas sino que desmantelan las estructuras públicas existentes que pudieran promover un modelo de desarrollo alternativo, en beneficio de grandes transnacionales que han sabido colocar sus peones en las propias esferas estatales.
“Es por eso que actualmente no estamos generando realmente ciencia fundamental en muchos de los campos que son esenciales para la producción de alimentos en México, una situación que comenzó luego de que se pensara que el problema de alimentación mundial había quedado resuelto con la revolución verde”, en los años 1970, basada en el incremento exponencial de la producción “mediante la inyección de agroquímicos, la extensión de los monocultivos y la selección genética de variedades de plantas de alto rendimiento”.
“A partir de esto, países como el nuestro empezaron a depender de quienes hacían investigación agrícola, las compañías privadas internacionales”, que hoy controlan el 70 por ciento de la producción de granos, afirmó el científico, citado por la publicación www.planetaazul.com.mx.
Ni siquiera existen, en países como México y otros de América del Sur, y menos aún en África, donde los cultivos transgénicos no paran de crecer, medios adecuados de control y monitoreo de estas producciones.
Las empresas lo niegan, pero hay cada vez más pruebas de la imposibilidad de que los transgénicos no terminen dañando a los cultivos tradicionales, contaminándolos.
“Hay constructos genéticos metidos en las poblaciones silvestres a pesar de que el maíz transgénico está sembrado a kilómetros de distancia”, dijo Sarukhán.
“No estamos preparados para los transgénicos”, concluyó.