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El agua ya cotiza en Wall Street

Guerra del capital contra la vida

Un pequeño productor rural cerca de Rodríguez, un pueblo a 60 kilómetros de Montevideo, produce hortalizas orgánicas en un predio de cuatro hectáreas y vende la producción en dos ferias en la capital uruguaya. Su testimonio suena casi apocalíptico.
Imagen: Darío Castillejos-Cartón Club

“El sábado se me rompió la bomba de agua. Era una bomba de dos caballos, o sea mucha potencia, que me costó 700 dólares, para riego con aspersores. Esta es la zona del Acuífero Raigón, por lo tanto, los pozos no se afectan con la sequía y hasta podés conectar la bomba un buen rato y el agua nunca desaparece”.

Comentó el percance con los vecinos, también productores rurales, y constataron que son unos cuantos los que sufrieron daños similares.

“Estos pozos semisurgentes cuestan 120 dólares el metro. El mío es muy profundo, tiene 45 metros, y ahí empezamos a entender lo que nos está pasando”, dijo.

Las huertas están a 500 metros de una enorme planta lechera de la empresa Conaprole, que definen como “una de las refinerías de leche más grandes de Latinoamérica” y produce leche en polvo para la exportación.

La empresa hizo pozos de más de 60 metros de profundidad y “está secando toda la zona”. “Nunca había pasado algo así”, remata.

El mensaje de este productor me llega al día siguiente de que el agua comenzara a cotizar en Wall Street, como una mercancía más.

El 7 de diciembre, el “acre pie” de agua, equivalente a 123 millones de litros, se negoció a 496 dólares en el mercado de los derivados de futuro de agua.

Cotizará junto a los de petróleo, oro y otras materias primas como la soja.

La mega agencia de información financiera Bloomberg recordó estos días que el anuncio de que el agua cotizaría en bolsa se hizo en setiembre pasado, cuando los incendios forestales devastaban la costa de California, que soportaba una sequía de ocho años.

Una de las grandes preocupaciones es la escasez de recursos hídricos, lo que abre las puertas para la especulación.

Militarización acelerada

Como se sabe, el problema del agua está en el centro de los conflictos sociales en todo el mundo.

Según el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA), en nuestro continente hay 160 conflictos por el agua a los que deben sumarse 276 conflictos mineros que, en realidad, son también conflictos por la defensa del agua.

Barrios de las grandes ciudades de América Latina, como Ciudad de México y São Paulo, deben ser abastecidos con camiones cisterna ya que el agua potable no llega regularmente a millones de hogares.

En no pocas ocasiones las cisternas son acompañadas por convoyes militares para evitar “robos de agua”, lo que supone una militarización acelerada del principal recurso de la vida.

La empresa de agua de São Paulo, SABESP, difundió una lista de 537 clientes privilegiados que pagan menos cuanto más agua consumen (industrias, shoppings, transnacionales como McDonald’s).

En su conjunto consumen el 3 por ciento del agua de la ciudad y tienen descuentos del 75 por ciento. Emplean “el equivalente al agua utilizada por 115 mil familias y fueron los mayores responsables por el aumento del 5,4 por ciento del consumo anual de agua” (El País, 10 de marzo de 2015).

Desde 2005, el volumen de agua disponible para “grandes clientes” aumentó 92 veces en São Paulo.

No falta agua, está siendo apropiada por las grandes multinacionales.

Pedro Arrojo, relator de las Naciones Unidas para el Derecho al Agua y el Saneamiento, señala que las consecuencias de la futura especulación con el agua pueden ser similares a la especulación con los alimentos, que han provocado hambrunas internacionales y quebrado algunas economías nacionales.

En Colombia, en las últimas décadas 2.100 personas fueron desaparecidas en el área donde se construye la mayor hidroeléctrica, según reveló el Poder Judicial.

La violencia la protagonizan paramilitares que siembran el terror en amplias zonas del departamento de Antioquia, bañado por el río Cauca y donde se llevan a cabo las obras de la megarrepresa Hidroituango (La Jornada, 10 de diciembre de 2020).

Guardianes populares

Los pueblos luchan contra la especulación con el agua y la vida, poniendo el cuerpo porque no encuentran otro modo de defender sus cultivos y comunidades.

En el norte de Perú, donde la minera aurífera Conga amenaza con contaminar las nacientes a más de 4.000 metros de altura, se han creado grupos de defensa denominados Guardianes de las Lagunas, que han conseguido enlentecer la voracidad de las transnacionales.

El Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de Naciones Unidas indica que “los problemas más importantes que se plantearán en el siglo XXI serán los de la calidad y buena administración del agua”.

El documento asegura que “los más afectados siguen siendo los pobres, ya que el 50 por ciento de la población de los países en desarrollo está expuesta al peligro que representan las fuentes de agua contaminadas”.

Llegados a este punto, nos debemos preguntar: ¿Cómo es posible que si la humanidad está en peligro, si la vida sobre el planeta amenaza extinguirse, las grandes empresas sigan especulando incluso con el principal bien común, el agua?

Él, ellos, ¿y nosotros?

La respuesta la dio, hace más de 20 años, el mega-especulador George Soros cuando fue interrogado sobre las nefastas consecuencias de sus actividades:

Lo que hago es tan solo ganar dinero. Yo no puedo y no voy a mirar las consecuencias sociales de lo que hago”. Agregó que no se siente “culpable de estar involucrado en actividades inmorales”.

El modo de razonar de uno de los hombres más ricos del mundo, cuya especulación financiera ha llevado a la ruina a países enteros, consiste en que si no lo hace él, lo harán otros con los que compite.

Lo que viene a decirnos Soros es que sus maldades, su inmoralidad, no es algo personal sino sistémico. Es el capitalismo.

La barbarie espiritual (no encuentro otro nombre) que muestra Soros, su absoluta indiferencia por la vida y por los seres humanos es el núcleo de un sistema que gira en torno a la acumulación de riqueza por unos pocos.

Pero bien mirado, el problema no son “ellos” sino “nosotros”, como decían décadas atrás los precursores del movimiento obrero.

En suma, qué vamos a hacer para frenarlos. Cómo vamos a proceder para que prevalezca la vida en un sistema de muerte. La respuesta será colectiva, o no habrá salidas.


Raúl Zibechi – Exclusivo para Rel UITA