-¿Cuándo te iniciaste en el movimiento obrero?
-En 1953. Trabajaba en un molino, y mi comienzo en la militancia sindical fue de enfrentamiento con la junta directiva del sindicato, ante una injusticia que se estaba cometiendo con un compañero que era semianalfabeto y lo estaban acusando de malversar fondos.
La realidad era que él no sabía firmar y uno de los cheques rebotó por esa razón y el presidente del sindicato en aquel momento llevó a asamblea la decisión de echar a ese compañero.
Entonces yo pedí la palabra y abogué por él, logrando que la asamblea no lo sacara del sindicato. A partir de ese momento me convertí en un referente para algunos de mis compañeros, pero también logré la ira de toda la directiva.
Tenía 18 años y en un primer momento esa directiva quiso cooptarme para sacarme de la platea y acallarme. Me costó un par de reuniones darme cuenta que me estaban usando. Luego de eso decidí formar la oposición y armar una lista para las siguientes elecciones, que ganamos.
Yo era el tesorero del sindicato y como tal tenía una teoría: un dirigente sindical no tiene que hacer solo lo que dice su cargo, sino que debe participar en todas las instancias. Comencé a hacer otras cosas y fue ahí que pasé al programa de formación de la UITA.
-Es difícil imaginarte detrás de un escritorio, solo haciendo las cuentas del sindicato…
-Eso seguro. A partir del primer curso de formación empecé a ser el referente en mi sector y fui convocado para otras instancias.
De ahí me nombraron coordinador del programa de formación sindical de la UITA, primero en la Federación de Rio Grande del Sur y luego en el resto del país.
A partir de ese momento tuve un campo fértil para desarrollar la tarea sindical en diferentes organizaciones dentro del rubro de la alimentación.
-Por aquellos años la Federación en Porto Alegre era el punto de encuentro, un ateneo de las fuerzas que resistían la dictadura.
-Sin dudas. La Federación era un lugar de confluencia del movimiento sindical y social de Rio Grande del Sur.
Las puertas estaban abiertas para todos.
El programa de educación beneficiaba a trabajadores y trabajadoras de los diversos rubros de la producción y a todo aquel que quisiera sumarse.
Paulo Paim, senador de la República, y Olivio Dutra, ex intendente de Porto Alegre, fueron parte de nuestro programa.
Pasamos a ser líderes en nuestra área y esto hizo que como individuo me ganara el respeto y la confianza de mucha gente.
-¿Crees que la juventud de aquellos años 80 y 90 tenía una voluntad mayor para ingresar al sindicato?
-En aquel entonces, un operario joven no lograba estudiar.
Las jornadas laborales eran muy largas y no se podía conciliar trabajo y estudios y además no se tenía dinero para pagar una educación privada.
El sindicato era entonces el espacio de aprendizaje.
Nuestro programa de educación no se limitaba a temas netamente sindicales, lo que fue muy positivo para esa juventud que después participaba en todos los ámbitos del sindicato y de la sociedad –en los barrios por ejemplo–.
Actualmente la juventud se conforma con estudiar pero no tiene una formación política y mucho menos sindical.
Estamos ante una juventud completamente despolitizada. Se reciben, consiguen un trabajito, se compran un auto y piensan que son clase media y se olvidan de su origen de clase obrera.
El movimiento sindical necesita imperiosamente volver a sus programas de educación y formación.
-¿Cómo están enfrentando los sindicatos el fin de la obligatoriedad del impuesto sindical?
-El tema es que la reforma laboral fue más allá de la obligatoriedad o no de la contribución sindical.
Resulta que las empresas están prohibiendo a sus trabajadores y trabajadoras que aporten a los sindicatos y muchos han dejado de funcionar, no tienen cómo mantener las estructuras que tenían.
Yo mismo siempre pregoné contra el impuesto sindical por considerarlo una medida que terminaba por acomodar a los dirigentes, pero nunca se me pasó por la cabeza que el gobierno terminara con todo y cualquier tipo de recaudación de los sindicatos.
Hoy no se puede imponer siquiera una cuota a los trabajadores.
-Acá en Serafina Correa, el sindicato de la alimentación, contrariamente a lo esperado con la reforma, creció en número de afiliados. ¿Cómo se explica eso?
-Cuando defendía la eliminación del impuesto sindical siempre dije que cuando eso sucediera iban a cerrar muchos sindicatos pero quedarían los auténticos.
Nos mantenemos y crecemos porque hay un trabajo detrás de la organización, pero me temo que si continúa la prohibición de cualquier tipo de recaudación hasta los sindicatos auténticos estarán en peligro de extinción.
Será una lucha a brazo partido para conservar a los afiliados y afiliadas
Aquellos sindicatos que tienen trabajo logran afiliar en cada ronda en las puertas de fábrica a unos 100 o 150 operarios y operarias. El problema es que hay una alta rotación de personal.
En la industria de la carne, por ejemplo, el trabajo es penoso y siempre que consiguen otra cosa, los trabajadores se van.
Últimamente nos hemos convertido en un “sindicato internacional” (sonríe), porque tenemos afiliados de diversas nacionalidades: haitianos, senegaleses, dominicanos, cubanos, venezolanos, etcétera.
-¿Cómo te sientes ante el resultado de las últimas elecciones?
-Siento una gran frustración. Me cuesta creer que hemos trabajado tanto para terminar así.
Mi primer pensamiento fue que no iba a resistir, nunca pensé que este tipo iba a ganar, sobre todo porque sus propuestas eran abiertamente antisociales, de odio, dijo que mataría a diestra y siniestra, entre otra sarta de disparates.
Sin embargo, ahí está, legítimamente electo.
Por otra parte hubo una gran estrategia para deslegitimar a los sindicatos, que ha hecho que los trabajadores dejen de confiar en la organización o teman perder el empleo, algo que usaron siempre como caballito de batalla para ir contra nosotros.
Entretanto los golpes contra la clase obrera han sido letales. El gobierno ilegítimo de Michel Temer aniquiló todos los derechos laborales.
Creo que fue una articulación de la derecha contra los movimientos sociales y sindicales. Pero sinceramente nunca me di cuenta de la profundidad y la virulencia del ataque que estuvieron orquestando.
Han convertido a los trabajadores brasileños en algo más que esclavos, porque estos todavía tenían algunas reglas. Ahora el trabajador y la trabajadora que tiene un contrato intermitente, pasan todo el día a la orden de la empresa y de pronto trabaja apenas una hora. ¿Cómo se hace para movilizar a una persona en esas condiciones?
Es muy triste y muy difícil. Hasta me pasó por la cabeza dejar todo. Finalmente decidí quedarme porque abandonar el barco en estos momentos sería demasiada cobardía.
Lo poco que haga ya será algo, al menos transmitir mis conocimientos para las nuevas generaciones.
En Serafina Correa, Gerardo Iglesias