Sigo convencido que habría sido mejor un triunfo del Sí en el plebiscito, porque estaríamos en el proceso de desarme de las Farc y no en esta incertidumbre de alto riesgo.
Pero ya hubo un veredicto de las urnas que nadie debe desconocer y que lleva a modificar los acuerdos, un ajuste que puede lograrse porque nadie llamó a votar en contra de terminar una violencia estéril desde el día en que las Farc decidieron tomarse el poder por las armas.
En el plebiscito hubo tres posiciones: 1. Sí a lo pactado en La Habana y sí al gobierno de Santos. 2. No a Santos y no a lo acordado pero sí a desarmar a las Farc, modificando el acuerdo. 3. Sí a lo consultado pero con oposición a Santos, que fue la del Polo y de otros sectores, punto de vista que le aportó unos 2,5 millones de votos al Sí, a pesar de la obtusa política del presidente de vetarnos en la gran prensa.
Y pusieron muchos votos quienes, sin ser uribistas, votaron No. Y es un hecho que las Farccambiaron su decisión de 50 años y anhelan reintegrarse a la vida civil, con lo que nadie en Colombia se opone a terminar con acuerdos esta tragedia, posición que además cuenta con la participación determinante de Estados Unidos y el respaldo de los demás poderes del mundo.
Sin embargo, el país está partido por mitades, ¡y con un nivel de pugnacidad desproporcionado!, una ruptura que se expresa con agresividad en todos los sectores sociales y que tiene como causa principal las posiciones de Juan Manuel Santos y de Álvaro Uribe Vélez, los jefes de los dos sectores que dividen a los que han mandado en Colombia.
Aun cuando Santos fue ministro de Uribe y este lo eligió presidente, coinciden en lo fundamental, incluido acabar con la guerrilla, aunque ahí tengan sus discrepancias, y en aplicar a rajatabla el nefasto modelo neoliberal.
Estamos ante las consecuencias de la incapacidad de Santos y de Uribe para ponerse de acuerdo sobre cómo desarmar a las Farc, a pesar de que toda Colombia desea hacerlo, ¡incluidos ellos y las propias Farc!, y que la historia del país dice que los acuerdos nacionales, o muy mayoritarios, han logrado determinaciones complejas.
Por la razón que cada uno alegue y en un agresivo debate dominado por el todo vale, fracasaron en acordarse, arriesgando un cambio muy importante para el país.
Ilustra que sí hubo conciencia de este despropósito que hace un año en el Senado detallé que la falta de un pacto conducía a definir este asunto a voto limpio, con vencedores y vencidos, contraviniendo la experiencia del fin de la violencia liberal-conservadora, la paz con el M-19, la Constitución de 1991 y el proceso con los paramilitares.
Ante el peligro de volver a formas ya superadas de confrontación con las Farc, escribí a Juan Manuel Santos y a Uribe instándolos a jugar un papel en el que nadie puede reemplazarlos y a alcanzar un pacto que además pueda convertirse en nacional, en la medida en que podamos aceptarlo las demás fuerzas que actuamos en la legalidad y las mismas Farc.
También les señalé que su acuerdo no debía usarse para decidir en contra de las condiciones de vida y de trabajo de los colombianos ni del Polo Democrático y de los demás sectores que ellos no representan.
Y concluí diciéndoles que hacía votos por que no resultaran inferiores a las circunstancias que les habían impuesto la vida y los altos intereses de Colombia.
El colmo sería que las elecciones de 2018 fueran otras definidas con la paz usándose como cortina de humo para no debatir las causas de la pésima situación económica y social del país.
Así las cosas, el título de este artículo se entiende si se conoce el cuento del “Tú te metiste; tú te sales” que le gritó un costeño a un político que no encontraba la manera de terminar un discurso que se le había enredado.