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El “humanovirus” y la libertad

Aceptemos transitoriamente una distopía: hace muchos, muchos años, un virus mutación de otros virus anteriores que también habían mutado incontables veces tuvo tal éxito que fue prevaleciendo.

Evolucionó, desarrolló resistencia contra otros virus más lentos, más débiles, menos letales. Luchó con las bacterias. Perdió y ganó, pero sobrevivió y hasta consiguió que muchas de ellas se asociaron a su sistema haciéndolo más complejo, más fuerte, más mortífero contra sus enemigos y competidores.

Siguió evolucionando, extendiéndose por el planeta en un tiempo geológicamente instantáneo, biológicamente veloz. En unos pocos cientos de miles de años contaminó la Tierra entera.

La eficiencia de su mecanismo de supervivencia determinó que algunos adquirieran la capacidad de eliminar a sus pares. Y así fue que integró el estado de guerra permanente a su código genético.

Fue tal su éxito que, en poco tiempo biológico, y cada vez más aceleradamente, transformó la faz de la Tierra a su imagen y semejanza, provocó la extinción de millones de especies, y no dudó en eliminar a millones de sus congéneres.

Más aún, construyó civilizaciones con base en su lógica de competencia a ultranza, de prevalecer de manera absoluta, de conquista y destrucción del otro, su visión de diseminar la muerte para ser fiel a sí mismo, a su naturaleza, a su ley de supervivencia.

No es difícil imaginar el final de esta película: el virus, encerrado en su ceguera hegemónica eliminó también las condiciones naturales que le permitían prevalecer, existir, hasta provocar su desaparición definitiva. The end.

La actual crisis biológico-sanitaria que asola el planeta tiene varias causas, algunas de las cuales reseñó muy bien Raúl Zibechi en su avance de análisis aquí publicado (http://www.rel-uita.org/sociedad/panico-social-en-momentos-de-desorden-global/).

Hoy ya podemos registrar consecuencias cada vez más graves. Las muertes suman miles y miles, los sistemas de salud colapsan en Europa y seguramente lo harán también en América Latina.

Una nueva mutación

La economía mundial se frena y se transforma de manera aún impredecible. Habrá ganadores y perdedores. Quizás un nuevo Orden Global. El humanovirus habrá triunfado en otra batalla y será entonces más complejo, más fuerte, más letal.

La realidad, sin embargo, observada en perspectiva geológica, indica que el humanovirus ha colocado un nuevo escalón hacia su meta invisible: el vacío abismo.

Nuestra historia enseña que cada una de las civilizaciones que hemos creado, cada religión, cada ideología, cada modelo social, económico, político y cultural tuvo un nacimiento, crecimiento, auge y desaparición recorriendo un camino de ambición hegemónica para prevalecer absolutamente.

En la actualidad continúa esa “lógica ilógica”, propia de un “virus empoderado” por un cerebro anormalmente grande, capaz de crear mucha belleza artística y científica, pero dominado por su lado oscuro, su atávico instinto de supervivencia que lo impele a fabricar suficientes armas como para destruir varias veces su propio planeta, a planear guerras calientes y frías permanentes, a favorecer mecanismos de acumulación pornográfica de poder mediante el dinero, la fe o la convicción.

O de todas ellas juntas.

Fueguitos y llamaradas

La humanidad “avanza” caminando sobre los cementerios de la pobreza, la violencia, la ignorancia, el sometimiento, la ausencia de empatía, la intolerancia, la falta de solidaridad… y la lista podría ser larga.

Este episodio también permite atisbar “pequeños fueguitos”, como decía Eduardo Galeano: los trabajadores y las trabajadoras que ponen sus cuerpos al servicio de todos, en la salud, en la producción y distribución de alimentos, en la seguridad, la comunicación, el transporte, el cuidado de los más frágiles… Y esta lista podría quizás ser más larga que la anterior.

No obstante, el poder nunca está de su lado, entre ellos y ellas, porque, justamente, el altruismo (procurar el bien ajeno incluso a costa del propio) no ambiciona el poder, ni sabe o pretende obtenerlo, arrebatarlo, concentrarlo, ejercerlo.

Por eso el desafío no es solo ni principalmente “ganarle al coronavirus”, sino más que nada ganarnos a nosotros mismos, a nuestra visión viralmente antropocéntrica, ciegamente hegemonista, que nos encierra en una lógica de muerte.

El desafío es descubrir cómo lograr una mutación en nuestra constitución viral que nos ponga en el camino de una ética común.

Nuestro desafío es filosófico y planetario, nos involucra a todos y todas: es hacer conciencia de que la supervivencia de cada uno depende de la del otro, de que lo que bueno sólo para algunos no es bueno para nadie, y de que mientras haya en el mundo un ser hambriento, violado, asesinado, sometido, atemorizado, discriminado o amenazado, nadie, absolutamente nadie será libre.

Pero hoy nos cuesta dimensionar ese término, libre, en nuestra vida cotidiana, aceptar que significa la diferencia entre felicidad y frustración, entre convivencia e intolerancia, entre respeto y reconocimiento del otro o su negación y odio.

La libertad individual y colectiva, universal, es la mutación que necesitamos. El verdadero antídoto contra nuestro propio humanovirus.

Y entonces, ¿qué hacer? No lo sé. No es el propósito de este humilde escriba revelar la receta de la liberación, “la solución”. No está en mi capacidad individual, ni en la de nadie solo, aislado. Ningún caudillo o líder nos conducirá hasta allí.

Sólo necesito compartir con ustedes esta reflexión imperfecta y desasosegada, parcial y, quizás, sorprendente, para que haga su camino y, ¿quién sabe?, tal vez juntarse con otros fueguitos y llamaradas.